¿Qué Es El Deber?

Capítulo IV: ¿Qué Es El Deber? #

En el estudio del karma yoga es necesario saber a qué nos referimos con deber. Si tengo que hacer algo, primero debo saber que ese es mi deber, y entonces, podré hacerlo. Recordemos que la idea del deber es diferente en los diferentes países : los musulmanes dicen que su deber es lo que está escrito en su libro, el Corán ; para los hindúes, es deber lo que está escrito en los Vedas ; y los cristianos dicen que su deber es lo que está escrito en la Biblia. Vemos que existen distintas concepciones del deber, que varían en función de cada etapa de la vida, de cada periodo histórico y de cada país. El término deber, al igual que todos los términos abstractos, no se puede definir con precisión ; solo podemos tener una pequeña idea de él a partir de sus aplicaciones prácticas y de sus resultados. Cuando ante nosotros ocurren ciertas cosas, todos tenemos un impulso natural o artificial de responder de una forma concreta ante ellas. Cuando este impulso se manifiesta, la mente comienza a pensar en la situación ; a veces, cree que es conveniente actuar de una manera particular en unas circunstancias determinadas ; otras, cree que no es adecuado actuar de la misma forma incluso en las mismas circunstancias. En cualquier parte existe una idea común del deber : el ser humano bueno es el que sigue los dictados de su conciencia. ¿Pero qué es lo que hace que un comportamiento sea un deber? Si un cristiano encuentra un pedazo de ternera y no lo come para salvar su vida, o no lo entrega a otra persona para que esta salve la suya, sentirá, sin duda, que no ha cumplido con su deber ; pero si un hindú se atreve a comer ese pedazo de ternera, o se lo entrega a otro hindú, también sentirá que no ha cumplido con su deber ; su educación le hará sentirse así. En el último siglo, han existido numerosas bandas de ladrones en la India, llamadas thugs, que pensaban que su deber consistía en asesinar a todos los hombres que pudieran y robarles su dinero ; cuantos más hombres asesinasen, mejor se veían a sí mismos. Normalmente, si una persona camina por la calle y dispara a otra, lo lamentará, pensando que no ha actuado correctamente. Ahora bien, si esa misma persona, como soldado de un regimiento, asesina, no solo a una, sino a veinte personas, seguramente se sentirá orgullosa, pensando que ha cumplido con su deber a la perfección. Por tanto, vemos que no es aquello que se lleva a cabo lo que determina el deber ; definirlo objetivamente es, como vemos, completamente imposible. No obstante, existe un deber desde el punto de vista subjetivo : cualquier acción que nos eleva hacia Dios es una buena acción, y es nuestro deber ; cualquier acción que nos degrada es malvada, y no es nuestro deber. Desde este punto de vista subjetivo, podemos ver que ciertos comportamientos tienden a exaltarnos y ennoblecernos, mientras que otros tienden a degradarnos y hacernos salvajes. Pero resulta imposible distinguir con certeza qué comportamientos poseen una tendencia u otra con respecto a las personas de toda clase y condición. Existe, no obstante, una única idea del deber que ha sido universalmente aceptada por toda la humanidad, independientemente de la edad, la religión o la nación, y que se encuentra resumida en este aforismo sánscrito : « No hagas mal a ningún ser ; no hacer mal a ningún ser es una virtud ; perjudicarlo, es un pecado ».

El Bhagavad-Gita alude con frecuencia a las obligaciones existentes en función del nacimiento y la posición ocupada en la vida. El nacimiento y la posición en la vida y en la sociedad determinan profundamente la actitud mental y moral de los individuos ante las diversas actividades vitales. Nuestro deber consiste en llevar a cabo aquellos trabajos que nos exalten y nos ennoblezcan, en función de los ideales y el comportamiento de la sociedad en la que hemos nacido. Ahora bien, debemos recordar que en cada sociedad y en cada país prevalecen ideales y comportamientos diferentes ; el desconocimiento de esta situación es el responsable de gran parte del odio que las naciones se tienen entre ellas. Un norteamericano cree que lo mejor que puede hacer es aquello que corresponde a las costumbres de su país, y si alguien no sigue esas directrices, se lo considerará como una persona malvada. Un hindú cree que sus costumbres son las únicas que se deben seguir, que son las mejores en el mundo, y aquel que no las obedezca es el hombre más malvado que existe. Este es un error natural que todos tendemos a cometer. Pero es muy perjudicial ; es el responsable de la mitad de la ausencia de caridad que vemos en el mundo.

Cuando llegué a Estados Unidos y paseaba por la Exposición Universal de Chicago, un hombre tiró de mi turbante, desde atrás. Me giré y vi que era un hombre con aspecto de gentleman, vestido de forma impecable. Hablé con él y, cuando descubrió que hablaba inglés, se avergonzó muchísimo. También allí, en la Exposición, otro hombre me empujó. Cuando quise conocer la razón, este se avergonzó, igualmente, y tartamudeó a modo de respuesta : « ¿Por qué viste así? ». La simpatía de aquellos dos hombres estaba limitada por su propio lenguaje y su forma de vestir. Gran parte de la opresión que ejercen las naciones poderosas sobre las más débiles está provocada por este prejuicio ; les hace no tener consideración por sus semejantes. El mismo hombre que me preguntó por qué no vestía como él y que quiso tratarme mal debido a mi vestimenta quizás fuese un buen hombre, un buen padre de familia y un buen ciudadano ; pero su amabilidad desapareció en cuanto vio a un hombre que vestía de forma diferente. Los extranjeros son explotados en todos los países porque no saben cómo defenderse ; así, vuelven a casa con falsas impresiones sobre las personas que han visto. Los marineros, los soldados y los comerciantes se comportan de manera extraña en los países extranjeros, aunque ni se les pasa por la cabeza comportarse igual en su propio país ; quizás por esto los chinos llamen a los europeos y americanos « los demonios extranjeros », pero no pensarían igual si conocieran la parte positiva y amable de la vida Occidental.

De esta forma, es importante que hagamos el esfuerzo de intentar ver el deber de los demás desde su propio punto de vista y nunca juzgar las costumbres de los demás en función de nuestras propias concepciones. Yo no soy el ideal universal ; tengo que acomodarme al mundo, no hacer que el mundo se acomode a mí. Vemos que el entorno moldea la naturaleza del deber, y que cumplir con el que nos corresponde en un momento concreto es lo mejor que podemos hacer en este mundo. Cumplamos con el deber que tenemos desde la cuna, y cuando lo hayamos hecho, hagamos aquello que nos corresponde en función de nuestro lugar en la sociedad y en la vida. Existe, sin embargo, un peligro mayor para la humanidad : el ser humano nunca se examina a sí mismo, piensa que es tan capaz de gobernar como lo haría un rey sobre su trono. Aunque lo sea, primero debe demostrar que ha cumplido con el deber que le impone su posición, y luego, podrá llevar a cabo tareas más elevadas. Cuando, en el mundo, trabajamos de corazón, la naturaleza se encarga de golpearnos y nos devuelve rápidamente a nuestro lugar. Nadie puede ocupar satisfactoriamente una posición para la que no está predestinado. No tiene ningún sentido llevar la contraria a la naturaleza. El que lleva a cabo el trabajo más bajo no es, por ello, el ser humano más bajo. No se puede juzgar a una persona por la mera naturaleza de su deber, pero todos deberíamos ser juzgados en función de la manera y de la mentalidad con la que cumplimos con él.

Veremos que incluso esta idea del deber está sujeta a cambios, y que el mayor trabajo se realiza únicamente cuando no existe un motivo egoísta que lo empuje. Ahora bien, es el trabajo en el sentido de « deber » el que nos hace trabajar sin que tengamos idea alguna de cuál es el deber que nos corresponde ; cuando el trabajo se vuelve un acto de fe, esto es, algo elevado, entonces se trabajará por el propio trabajo. Vemos que la filosofía del deber, sea en forma de ética o de amor, es la misma en todos los demás yogas ; su objetivo es tanto la atenuación del « yo » inferior, para que el verdadero « yo » superior pueda brillar, como un menor desperdicio de nuestra energía en la esfera más baja de la existencia, para que el alma pueda manifestarse en su estado más elevado. Esto se consigue mediante el continuo rechazo de los deseos más bajos, algo requerido con fuerza por el deber. Toda la organización de la sociedad ha sido desarrollada consciente o inconscientemente en los reinos de la acción y de la experiencia, donde, mediante la reducción del egoísmo, abrimos el camino hacia una expansión sin límites de la verdadera naturaleza del ser humano.

El deber es, en general, amargo ; solo cuando el amor engrasa sus ruedas, el deber gira suavemente ; de lo contrario, supone una fricción constante. ¿Cómo si no podrían los padres cumplir con su deber para con sus hijos, los maridos para con sus mujeres y viceversa? ¿No encontramos casos de fricción cada día de nuestra vida? El deber es algo dulce únicamente a través del amor, y el amor resplandece en la libertad. Pero, ¿libertad es ser esclavo de los sentidos, de la ira, de los celos y de muchas más cosas despreciables que están presentes en la vida diaria del ser humano? Ante todas estas asperezas con las que topamos en la vida, la máxima expresión de libertad es la contención. Una esposa, esclava de su propio mal genio, culpa a su marido e impone su propia « libertad », como ella misma cree, sin saber que, de esa forma, lo único que demuestra es que es una esclava. Lo mismo ocurre con el marido que critica constantemente a su esposa.

La castidad es la primera virtud en un hombre o una mujer ; muy pocos serán los hombres que, tras haberse apartado del camino adecuado, no puedan ser devueltos a él gracias a la dulzura y al amor de una mujer casta. El mundo aún no ha llegado a ese punto de maldad. Solemos oír cosas sobre maridos agresivos en todo el mundo y sobre la impureza de los hombres, pero, ¿acaso no existen tantas mujeres agresivas e impuras como hombres así? Si todas las mujeres fuesen tan buenas y puras como sus constantes afirmaciones nos llevarían a pensar, yo estoy plenamente satisfecho de que no haya un hombre impuro en el mundo. ¿Qué agresividad es aquella que la pureza y la castidad no pueden curar? Una esposa buena y casta que considere a todos los demás hombres, excepto a su marido, como si fuesen sus hijos y se comporte como una madre para ellos crecerá tantísimo gracias al poder que le otorga su pureza que no habrá hombre, por muy agresivo que sea, que no respire una atmósfera sagrada en su presencia. Igualmente, todo marido debe velar por todas las mujeres, excepto por la suya propia, como si estas fuesen su propia madre, su hija o su hermana. Repetimos : el hombre que quiere profesar una religión debe cuidar de todas las mujeres como cuidaría a su madre, y siempre comportarse con ellas como si fueran tal.

La posición de una madre es la más elevada que existe en el mundo ; es la única posición en la que se puede aprender y ejercer la dedicación más desinteresada. El amor de Dios es el único amor mayor que el de una madre ; todos los demás son inferiores. Es deber de una madre pensar, primero, en sus hijos, y luego, en ella ; pero si, en su lugar, los padres siempre piensan primero en ellos mismos, la relación con sus hijos se convertirá en la misma existente entre los pájaros y sus polluelos, en la que estos últimos no son capaces de reconocer a sus padres una vez que han abandonado el nido. Bendito sea el hombre capaz de ver a una mujer como la representante materna de Dios ; bendita sea la mujer para la que el hombre es el representante paterno de Él ; y benditos sean los hijos que consideran a sus padres como la divinidad manifestada en la tierra. La única forma de crecer es cumpliendo con el deber que nos corresponde ; así, la fuerza acumulada nos impulsará hasta que alcancemos el nivel más elevado.

Un joven sannyasin iba a un bosque donde meditaba, alababa a Dios y practicaba yoga durante largo rato. Tras años de duro trabajo y práctica, un día se encontraba sentado bajo un árbol cuando algunas hojas secas le cayeron sobre el rostro. Miró hacia arriba y vio que un cuervo y una grulla estaban peleándose en la copa del árbol, algo que le hizo enfurecer.

— ¿Cómo os atrevéis a lanzarme hojas secas a la cabeza? — dijo el sannyasin.

Con estas palabras, arrojó con furia una llamarada proveniente de su cabeza — tal era el poder de aquel yogui — que redujo las dos aves a cenizas. Estaba satisfecho, contentísimo del poder que había desarrollado, pues había podido quemar el cuervo y la grulla con una simple mirada.

Tras algún tiempo, tuvo que ir a la ciudad a pedir pan. Llegó y llamó a una puerta.

— Madre, déme comida.

Una voz provino del interior de la casa.

— Espera un segundo, hijo.

« ¡Miserable mujer, cómo te atreves a hacerme esperar! Aún no conoces mi poder » — pensó el sannyasin.

Mientras tanto, la voz del interior dijo :

— Muchacho, no pienses tanto en ti mismo. Ahora no le estás hablando ni a un cuervo ni a una grulla.

El joven quedó perplejo. Siguió esperando hasta que, al final, la mujer abrió la puerta. El sannyasin cayó a sus pies y dijo :

— Madre, ¿acaso me observaba usted?

— No sé nada sobre tu yoga o tus ejercicios, hijo. Soy una mujer como otra cualquiera. Te he hecho esperar porque mi marido está enfermo y estaba cuidándolo. Toda mi vida he luchado por cumplir con mi deber. Cuando era soltera, hice el que me correspondía para con mis padres ; ahora que estoy casada, cumplo con mi deber para con mi marido ; ese es todo el yoga que practico. Pero, cumpliendo con él, he alcanzado la iluminación ; por eso he podido leer tus pensamientos y he sabido lo que hiciste en el bosque. Si quieres un conocimiento más elevado que este, ve al mercado de la ciudad, donde encontrarás a un vyadha1 que te contará algo que estarás encantado de aprender.

« ¿Por qué debería ir al mercado de la ciudad para hablar con un vyadha? » — pensó el joven sannyasin, pero, después de lo que había visto, su mente se encontraba algo más abiertay decidió ir.

Cuando encontró el mercado, allí vio, desde la distancia, a un vyadha corpulento cortando carne con unos grandes cuchillos, hablando y negociando con diferentes personas. El joven dijo :

— Señor… ¿este es el hombre del que se supone que voy a aprender? Es la encarnación del demonio, si es que es algo. — Entretanto, el hombre alzó la vista.

— Oh, ¿te ha enviado esa mujer, swamin2? Toma asiento hasta que termine mi trabajo.

« ¿Qué es lo que me espera aquí? » — pensó el joven. Se sentó y el hombre continuó su labor. Tras haber terminado, cogió el dinero y dijo al sannyasin :

— Acompáñame a mi casa. — Al llegar, el vyadha le ofreció nuevamente un asiento y le dijo que esperase. Entró en casa para lavar a sus ancianos padres, les dio de comer e hizo todo lo posible para contentarlos, tras lo cual, volvió a reunirse con el sannyasin — . Bueno, has venido a verme, hijo ; ¿qué puedo hacer por ti?

El sannyasin le preguntó sobre el alma y sobre Dios, y el vyadha le leyó una parte del Mahabharata, llamada Vyadha-Gita, una de las partes más grandiosas del Vedanta. Cuando el vyadha terminó la lectura, el sannyasin quedó perplejo.

— ¿Cómo es que te encuentras en este cuerpo? — preguntó este último — . Con un conocimiento como este, ¿por qué estás en el cuerpo de un vyadha y haciendo ese inmundo trabajo?

— Hijo — comenzó el vyadha — , ningún deber es inmundo ni impuro. Nací en medio de estas circunstancias y este entorno. En mi juventud aprendía negociar ; no soy esclavo de mi trabajo y cumplo con mi deber : intento hacerlo bien como cabeza de familia e intento hacer todo lo posible para que mis padres sean felices. Ni conozco tu yoga, ni soy un sannyasin ni penetré en un bosque para apartarme del mundo ; no obstante, todo lo que has oído y visto proviene del libre cumplimiento del deber que corresponde a mi posición.

Hay un sabio en la India, un gran yogui, uno de los hombres más fantásticos que haya visto en mi vida. Es un hombre particular ; no enseñará a nadie, y si se le hace una pregunta, no contestará. La posición de profesor es demasiado para él, así que nunca ejercerá como tal. Si se le cuestiona y se espera durante algunos días, en el transcurso de la conversación sacará el tema, y arrojará sobre él una luz maravillosa. Una vez me contó el secreto del trabajo : « Deja que el fin y los medios sean uno solo ». Cuando trabajemos, no pensemos en algo posterior. Hagámoslo como una adoración, como la mayor que exista, y dediquemosie, de momento, toda nuestra vida. Así, en la historia, el *vyadha *y la mujer cumplieron con sus deberes con jovialidad y dedicación de corazón ; el resultado fue la iluminación para ambos. Se muestra claramente, de esta forma, que el debido cumplimiento del deber en cualquier etapa de la vida, sin atarse a los resultados, nos guía hacia la mayor perfección del alma.

El trabajador que se ata a los resultados se queja de la naturaleza del deber que le ha tocado. Para el trabajador que no se ata, todos los deberes son igualmente buenos, y forman medios eficientes con los que desprenderse del egoísmo y de la sensualidad y asegurar la libertad del alma. Solemos considerarnos mejores de lo que somos en realidad. Nuestro deber comprende desde un desierto hasta límites más amplios de lo que estamos dispuestos a aceptar. La competición produce envidia, y esta termina con la amabilidad que existe en el corazón. Para el que protesta, todos los deberes son una carga ; nada podrá satisfacerlo, y estará condenado de por vida a fracasar. Cumplamos con el deber que nos ha tocado ; estemos siempre dispuestos a tirar del carro. Seguro que así podremos ver la luz.

Notas #


  1. N.d.T. Es la clase social más baja de la India ; suelen ser cazadores o carniceros. ↩︎

  2. N.d.T. Título que se utiliza para designar a aquellos que viven al margen del mundo, dedicados a adorar a los dioses. ↩︎