Capítulo II: La auténtica naturaleza del ser humano #
Entregado en Londres
El ser humano se aferra con prodigiosa tenacidad a los sentidos. No obstante, por sustancial que considere el mundo externo en el que vive y se mueve, llega un momento en la vida de todo individuo y raza en el que se pregunta : « ¿Es esto real? ». Incluso para quien jamás se cuestiona las credenciales de sus sentidos, que se entrega en todo momento a algún tipo de placer procurado por estos, la muerte llega, y también a él le compete preguntarse : « ¿Es esto real? ». La religión comienza con esta pregunta y termina con su respuesta. Incluso en el pasado remoto —del que no hay historia registrada que nos pueda ayudar—, en la misteriosa luz de la mitología, en los profundos albores de la civilización, se formulaba la misma pregunta : « ¿Qué sucederá con esto? ¿Qué es real? ».
Uno de los más poéticos Upanishads, el Katha Upanishad, comienza así : « Cuando un individuo muere, se abre un debate. Algunos afirman que se ha marchado para siempre ; otros insisten en que continúa viviendo. ¿Quién está en lo cierto? ». Se han dado varias respuestas. Todo el respectivo ámbito de la Metafísica, la Filosofía y la religión se halla repletos de respuestas a esta pregunta. Al mismo tiempo, se ha intentado eliminarla, acabar con la inquietud de la mente que se pregunta : « ¿Qué hay más allá? ¿Qué es real? ». Sin embargo, mientras la muerte aceche, todos estos intentos serán en vano. Puede que se hable de no ver nada más allá y de mantener nuestras esperanzas y aspiraciones limitadas al momento presente, así como de esforzarse por no pensar en nada más allá del mundo de los sentidos ; y tal vez todo a nuestro alrededor contribuya a que nos mantengamos en sus estrechos límites. Puede que el mundo entero se alíe para impedir que vayamos más allá del presente. Sin embargo, mientras la muerte aceche, la pregunta ha de repetirse una y otra vez : ¿es la muerte el final de todo esto a lo que nos aferramos como si fuera la más real de las realidades, la más sustancial de las sustancias? El mundo se desvanece, se esfuma en un instante. Al borde del precipicio tras el cual se encuentra el abismo profundo, infinito, toda mente, por obstinada que sea, está destinada a recular y a preguntarse : « ¿Es esto real? ». Las esperanzas de toda una vida, construidas poco a poco con todas las energías de una gran mente, se desvanecen en un segundo. ¿Son reales? Se ha de hallar respuesta a esta pregunta. El tiempo nunca merma su poder ; al contrario, lo alimenta.
Y después está el deseo de ser feliz. Perseguimos todo cuanto nos permita alcanzar la felicidad, proseguimos nuestra frenética carrera en el mundo externo de los sentidos. Si se pregunta al hombre joven de éxito, afirmará que esto es real, y lo creerá de veras. Quizá cuando este mismo hombre envejezca y se encuentre con que la fortuna siempre lo elude, afirmará que se trata del destino. Al final se encuentra con que sus deseos no pueden ser satisfechos. Vaya donde vaya, se encuentra con un muro infranqueable. Toda actividad sensorial conlleva una reacción. Todo es evanescente : el goce, el sufrimiento, el lujo, la riqueza, el poder, la pobreza e incluso la vida misma ; todos se desvanecen.
A la humanidad le quedan dos posturas que adoptar : una es creer, como los nihilistas, que todo es nada, que lo ignoramos todo ; que jamás podremos saber nada sobre el futuro, sobre el pasado, ni siquiera sobre el presente. Sin embargo, hemos de recordar que quien niega el pasado y el futuro pero quiere aferrarse al presente es un loco. Sería igual de lógico que negar la existencia del padre y de la madre y reconocer la existencia del hijo. Para negar el pasado y el futuro, también ha de negarse inevitablemente el presente. He aquí la postura de los nihilistas. Jamás he conocido hombre alguno que pudiese ser un auténtico nihilista durante tan solo un minuto. Hablar es muy fácil.
Luego, esta la otra postura, la de buscar una explicación, buscar lo real, descubrir en medio de este mundo eternamente cambiante y evanescente lo que es real. ¿Hay algo real en este cuerpo consistente en un conjunto de moléculas de materia? Esta ha sido la cuestión a lo largo de la historia de la mente humana. En los tiempos más remotos encontramos a menudo atisbos de luz que llegan a la mente humana. Vemos que los hombres, incluso por entonces, indagaban más allá de su cuerpo, dando con algo que no es su cuerpo externo, aunque fuese muy parecido ; es algo mucho más completo, mucho más perfecto, que perdura incluso cuando este cuerpo ha muerto. En los himnos del Rig Veda leemos lo siguiente, dirigido al dios del fuego, que devora un cadáver : « Transpórtalo, oh fuego, suavemente en tus brazos ; otórgale un cuerpo perfecto, brillante ; transpórtalo donde moran los antepasados, donde no hay más dolor, donde no hay más muerte ». Encontramos la misma idea en toda religión, y con ella, otra idea más : es un hecho significativo que todas las religiones, sin excepción, sostengan que el ser humano es la degeneración de lo que una vez fue, ya lo adornen con palabras mitológicas, ya lo formulen en los términos claros de la Filosofía o en las bellas expresiones de la poesía. Este es el hecho que se desprende de todas las escrituras y mitologías : que el ser humano que existe es una degeneración de lo que una vez fue. Este es el núcleo de la verdad en la historia de la caída de Adán en las escrituras hebreas. Esto se repite una y otra vez en las escrituras de los hindúes : el sueño de un periodo que denominaban la Edad de la Verdad, en la que el individuo no moría a menos que así lo deseara, en la que este podía conservar el cuerpo tanto tiempo como quisiera y su mente era pura y fuerte ; no había maldad ni miseria, y la época actual es una corrupción de tal estado de perfección. Paralelamente, la historia del diluvio aparece en todas partes. Esta historia en sí constituye la prueba de que toda religión sostiene que la época presente es una corrupción de una época pasada. Continuó corrompiéndose cada vez más hasta que el diluvio exterminó a buena parte de la humanidad, y la serie ascendiente comenzó de nuevo, y asciende de nuevo lentamente para alcanzar aquel estado primitivo de pureza. Todos conocéis la historia del diluvio en el Antiguo Testamento, historia a la vez común entre los antiguos babilonios, egipcios, chinos e hindúes. Manu, un gran sabio antiguo, estaba rezando a orillas del Ganges cuando un pececillo acudió para pedirle protección. Lo colocó en un tarro con agua que tenía ante sí y le preguntó : « ¿Qué quieres? ». El pececillo afirmó ser perseguido por un pez más grande, y le pidió protección. Manu se llevó al pececillo a su casa ; a la mañana siguiente este se había hecho tan grande como el tarro, y dijo : « No puedo continuar viviendo en este tarro ». Manu lo colocó en un estanque, y al día siguiente era tan grande como el estanque ; aseguró no poder seguir viviendo en él, por lo que Manu tuvo que trasladarlo a un río, y a la mañana siguiente el pez abarcaba todo el río. Entonces, Manu lo echó al océano, y el pez reveló : « Manu, soy el Creador del Universo. He cobrado esta forma para venir a avisarte de que provocaré un diluvio universal. Construye un arca, mete en ella una pareja de cada especie animal y haz a tu familia entrar en el arca. Mi cuerno expulsará agua ; ata el arca a él. Cuando el diluvio haya cesado, salid y poblad la Tierra ». Así que se produjo el diluvio universal, y Manu salvó a su propia familia y una pareja de cada especie animal, así como semillas de cada especie vegetal. Cuando el diluvio cesó, salió y pobló el mundo. Cada uno de nosotros recibimos el nombre de humano porque somos la prole de Manu.
Por otra parte, la lengua humana es el intento de expresar la verdad que encierra. Estoy completamente convencido de que un bebé, cuya lengua consiste en ininteligibles balbuceos, intenta expresar la más elevada filosofía, solo que no cuenta con los órganos ni los medios para hacerlo. La diferencia entre la lengua de los grandes filósofos y la de los bebés reside en el grado y no en el tipo. Es de grado la diferencia existente entre lo que podemos denominar como la lengua más correcta, sistemática y matemática de nuestros tiempos y la lengua vaga, mística y mitológica de los antiguos. Todas estas lenguas encierran una idea grandiosa que lucha, por así decirlo, por ser expresada ; y a menudo tras estas lenguas mitológicas hay un trasfondo de verdad, en tanto que —siento decirlo— tras la lengua sutil y pulida de los modernos hay auténtica basura. Por lo tanto, no hemos de tirar nada por la borda solo porque esté adornado con mitología o porque no encaje con las nociones de tal señor o señora de nuestros tiempos. Si hemos de burlarnos de la religión porque la mayoría de ellas afirma que los individuos deben creer en las enseñanzas de tal o tal profeta, aún más deberíamos burlarnos de estos modernos. En la actualidad, si alguien cita a Moisés, a Buda o a Cristo, esa persona es objeto de mofa ; pero si afirma algo citando a Huxley, Tyndall o Darwin, lo que diga va a misa. « Lo dice Huxley » es suficiente para muchos. Pero ¡estamos libres de supersticiones! Aquella fue una superstición religiosa y esta es una superstición científica ; solo que a través de aquella superstición nos llegaron las ideas vivificantes de espiritualidad, en tanto que a través de esta moderna superstición nos llegan la lujuria y la codicia. Aquella superstición supuso el culto a Dios, y esta superstición supone el culto al repugnante lucro de la fama y del poder. He aquí la diferencia.
Volviendo a la mitología, detrás de todas estas historias se halla una idea suprema : que el ser humano es una degeneración de lo que un día fue. En lo que a la actualidad se refiere, las investigaciones modernas parecen rechazar de plano esta posición. Así lo hacen los evolucionistas, según los cuales el ser humano es la evolución del molusco ; por lo tanto, la teoría de la mitología no puede ser cierta. Sin embargo, hay en la India una mitología capaz de reconciliar ambas posturas. La mitología india se basa en la teoría de los ciclos, en que todo progreso se asemeja al proceso del oleaje. Todo auge es seguido de un declive, sucedido a su vez por otro auge, al que seguirá un nuevo declive, y así sucesivamente. El movimiento se produce en ciclos. Es sin duda alguna cierto, incluso en el terreno de la investigación moderna, que el ser humano no puede ser simplemente una evolución. Toda evolución presupone una involución. El individuo científico moderno afirmará que de una máquina solo se puede obtener una cantidad de energía colocada en ella previamente. Nada puede ser producido de la nada. Si el ser humano es una evolución del molusco, entonces el individuo perfecto (Buda, Cristo) estuvo contenido en el molusco. De lo contrario, ¿de dónde provienen esas colosales personalidades? Nada puede ser producido de la nada. Se presenta, por lo tanto, la ocasión de reconciliar las escrituras con las tendencias modernas. Esa energía que se manifiesta lentamente a través de varios estados hasta convertirse en el individuo perfecto no puede nacer de la nada. Existía en alguna parte, y si el molusco o el citoplasma es el primer punto en el que podemos localizarla, ese citoplasma debió, de una forma u otra, contener esa energía.
Existe un acalorado debate en el que se plantea si el conjunto de materiales que llamamos cuerpo es la causa de la manifestación de la fuerza que llamamos alma, pensamiento, etc., o si es el pensamiento lo que causa la manifestación de este cuerpo. Las religiones del mundo sostienen, por supuesto, que es la fuerza llamada pensamiento lo que manifiesta el cuerpo, y no al contrario. Hay escuelas modernas que sostienen que lo que llamamos pensamiento es simplemente el resultado del ajuste de las partes de la máquina que denominamos cuerpo. Si adoptamos esta segunda tesis de que el alma, la masa de pensamiento o como queramos llamarlo es el resultado de esta máquina, el resultado de las combinaciones físicas y químicas de materia que construyen el cuerpo y el cerebro, la pregunta queda sin responder. ¿Qué hace el cuerpo? ¿Qué fuerza combina las moléculas que lo integran? ¿Cuál es la fuerza que toma materiales de la masa de materia que la rodea y forma mi cuerpo de una manera, otro cuerpo de otra manera y así sucesivamente? ¿Qué hace estas diferencias infinitas? Afirmar que la fuerza llamada alma es el resultado de las combinaciones de moléculas del cuerpo es empezar la casa por el tejado. ¿Cómo y a partir de qué fuerza se produjeron las combinaciones? Si se afirma que otra fuerza fue la causa de estas combinaciones y el alma fue el resultado de esa materia, que el alma —la cual combinó cierta masa de materia— fue en sí el resultado de las combinaciones, no hay respuesta. Debe adoptarse una teoría que explique la mayoría de los hechos, si no todos, y que no contradiga otras teorías existentes. Es más lógico postular que la fuerza que toma la materia y forma los cuerpos es la misma que se manifiesta a través del cuerpo. Por lo tanto, carece de sentido afirmar que las fuerzas de pensamiento manifestadas por el cuerpo son el resultado de una combinación de moléculas y no cuentan con una existencia independiente, así como afirmar que la fuerza puede evolucionar a través de la materia. Más bien es demostrable que lo que llamamos materia no existe en absoluto. Se trata simplemente de un estado concreto de la fuerza. Se puede demostrar que la solidez, la dureza o cualquier otro estado de la materia son el resultado del movimiento. El incremento del movimiento de un torbellino aplicado a los fluidos les otorga la fuerza de los sólidos. Una masa de aire en movimiento en forma de remolino, como en un tornado, se asemeja a un sólido, y al impactar contra estos, los rompe, los corta. Si un hilo de una telaraña pudiese moverse a una velocidad casi infinita, sería tan fuerte como una cadena de hierro y sería capaz de partir un roble. Si lo miramos de esta manera, sería más fácil demostrar que lo que llamamos materia no existe. La otra tesis, sin embargo, no es demostrable.
¿Cuál es la fuerza que se manifiesta a través del cuerpo? Es obvio para todos nosotros, sea cual sea esa fuerza, que toma partículas, por así decirlo, y compone formas a partir de ellas : el cuerpo humano. Nada ni nadie más compone nuestros cuerpos. Nunca nadie ha ingerido alimentos en mi lugar, sino que yo tengo que asimilarlos para, a partir de ellos, producir sangre y construir huesos y todo lo demás. ¿Qué es esta misteriosa fuerza? Las ideas sobre el futuro y sobre el pasado parecen aterrorizar a muchos, y para otros parecen ser meras especulaciones.
Retomaremos la cuestión que nos ocupa. ¿Qué es la fuerza que opera ahora mismo a través de nosotros? Sabemos que tiempo atrás, en todas las antiguas escrituras, esta manifestación de poder se consideraba una sustancia luminosa en forma de cuerpo, y que subsistía incluso después de la muerte del mismo. Más tarde, sin embargo, se presentaba una idea superior : que ese cuerpo luminoso no era la manifestación de la fuerza. Todo lo que tiene forma ha de ser el resultado de una combinación de partículas y necesita de alguna fuerza motora tras de sí. Si este cuerpo necesita de algo ajeno a él que lo manipule, el cuerpo luminoso, por esa regla de tres, también necesitará de una fuerza ajena que lo manipule. De ahí que haya algo que reciba el nombre de alma, el atman, en sánscrito. Fue el atman el que, por así decirlo, operó a través del cuerpo luminoso sobre el cuerpo externo. Se considera el cuerpo luminoso el receptáculo de la mente, y el atman está más allá de este. Ni siquiera se trata de la mente : opera sobre la mente y, a través de esta, sobre el cuerpo. Vosotros tenéis un atman, yo tengo otro ; todos tenemos un atman y un cuerpo sutil independientes, y a través de todo ello operamos sobre el cuerpo externo. Se plantearon, entonces, preguntas sobre tal atman, sobre su naturaleza. ¿Qué es este atman, esta alma del ser humano que no es ni el cuerpo ni la mente? Se sucedieron grandes discusiones y especulaciones, y surgieron varias tendencias dentro de la investigación filosófica. Intentaré exponeros algunas de las conclusiones a las que se ha llegado en lo que a este atman se refiere.
Las diferentes corrientes parecen estar de acuerdo en que este atman sea lo que sea, no tiene forma ni estado físico, y que lo que no tiene forma ni estado físico ha de ser omnipresente. El tiempo comienza con la mente, y en la mente se encuentra también el espacio. La causalidad no existe si no es en el tiempo. Sin la idea de sucesión no hay tampoco idea de causalidad. Tiempo, espacio y causalidad se sitúan, por lo tanto, en la mente, y puesto que el atman se encuentra más allá de la mente y no tiene forma, también debe encontrarse más allá del tiempo, del espacio y de la causalidad. Ahora bien, si se encuentra más allá del tiempo, del espacio y de la causalidad, ha de ser infinito. Y aquí llega la mayor especulación de nuestra filosofía : lo infinito no puede ser más de uno. Si el alma es infinita, solo puede haber un alma, y, por lo tanto, aquellas ideas que contemplan la existencia de varias almas (la vuestra, la mía, etc.) no son reales. El ser humano real, por consiguiente, es uno e infinito, el espíritu omnipresente. El ser humano aparente es solo la limitación de aquel ser humano real. En este sentido, las mitologías están en lo cierto al afirmar que el ser humano aparente, por grande que sea, no es sino un vago reflejo del ser humano real que hay más allá. El ser humano real, el espíritu, al encontrarse más allá de la causa y el efecto, al no estar limitado por el tiempo ni por el espacio, ha de ser, por lo tanto, libre. Jamás estuvo ni podrá estar limitado. El ser humano aparente, el reflejo, se ve limitado por el tiempo, el espacio y la causalidad, y está por lo tanto atado. O, en palabras de algunos de nuestros filósofos, parece estarlo, si bien no lo está realmente. Esta es la realidad en nuestras almas, esta omnipresencia, esta naturaleza espiritual, este infinito. Toda alma es infinita, por lo que no cabe hablar de nacimiento ni de muerte.
Una vez, unos niños se examinaban. El examinador les formuló preguntas bastante complejas, entre ellas, la siguiente : « ¿Por qué no se cae la Tierra? ». Con esto quería evocar respuestas relacionadas con la gravitación. La mayoría de los niños no pudo responder siquiera ; unos pocos contestaron que era a causa de la gravitación, o algo así. Una niña brillante respondió con otra pregunta : « ¿Caerse a dónde? ». La pregunta es disparatada. ¿A dónde caería la Tierra? No existe caída ni ascenso para la Tierra. En el espacio infinito no hay arriba ni abajo ; estos existen solo en lo relativo. ¿A dónde se dirigen el ir y el venir de lo infinito? ¿De dónde vendría y a dónde iría?
Por lo tanto, cuando las personas dejen de pensar en el pasado y en el futuro ; cuando abandonen la idea de cuerpo, porque el cuerpo va y viene y está limitado, se elevarán hacia un ideal más elevado. El cuerpo no es el ser humano real, ni tampoco lo es la mente, puesto que también esta va y viene. El único que puede vivir por siempre es el espíritu que se encuentra más allá. El cuerpo y la mente cambian constantemente, y, de hecho, solo hacen referencia a una serie de fenómenos en constante cambio, como ríos cuyas aguas fluyen constantemente, aun bajo la apariencia de corrientes continuas. Toda partícula del cuerpo está en constante cambio. Nadie tiene el mismo cuerpo durante muchos minutos, y aun así lo concebimos como un mismo cuerpo. Lo mismo ocurre con la mente : en un momento dado es feliz, y al momento siguiente, desdichada ; en un momento es fuerte, y en otro, débil ; es un torbellino en imparable cambio. Esto no puede ser el espíritu que es infinito. El cambio solo se produce en lo limitado. Decir que lo infinito cambia en cualquier sentido es absurdo, no puede producirse. Vosotros podéis moveros, yo puedo moverme, como cuerpos limitados. Toda partícula del universo fluye de manera constante ; pero si tomamos el universo como unidad, como un todo, no puede moverse, no puede cambiar. El movimiento es siempre algo relativo ; nos movemos en relación a otras cosas. Cualquier partícula en este universo puede cambiar en relación a cualquier otra. Pero si tomamos el universo como una unidad, ¿en relación a qué puede moverse? No hay nada a su lado respecto a lo que establecer esa relación. Por lo tanto, esta unidad infinita es inmutable, inamovible, absoluta, y esto es el ser humano real. Nuestra realidad, por lo tanto, consiste en lo universal, no en lo limitado. No es sino un viejo engaño —por reconfortante que parezca— el pensar que somos pequeños seres limitados en constante cambio. La gente se queda aterrorizada cuando se le cuenta que son el ser universal, omnipresente en todo lo que lleváis a cabo, en todo lo que decís, en todo corazón con que sentís.
La gente se queda aterrorizada cuando se les explica esto. Preguntarán una y otra vez si conservarán su individualidad. ¿Qué es la individualidad? Me gustaría saberlo. Un bebé no tiene bigote, pero cuando crezca, tendrá tal vez bigote y barba. De haber residido en el cuerpo, su individualidad se perdería. Si perdiese un ojo o una de mis manos, perdería la individualidad solo si esta residiera en el cuerpo. Entonces, un borracho no debería dejar el alcohol porque perdería su individualidad. Un ladrón no debería convertirse en una buena persona porque perdería así su individualidad. Nadie podría cambiar sus hábitos ante el miedo de perder su individualidad. No hay individualidad sino en lo infinito. Esta es la única condición que no cambia. Todo lo demás fluye constantemente. Ni tampoco puede la individualidad residir en la memoria. Supongamos que a causa de un golpe en la cabeza olvidase todo lo relativo a mi pasado ; en ese caso, perdería mi individualidad, desaparecería. No puedo recordar dos o tres años de mi infancia, y si memoria y existencia son una, en ese caso aquello que he olvidado jamás existió. Aquella parte de mi vida que soy incapaz de recordar no la viví. Esta es una idea muy limitada del concepto de individualidad.
Aún no somos individuos. Luchamos por alcanzar la individualidad, que es lo infinito, que es la auténtica naturaleza del ser humano. Solo vive la persona cuya vida está en el universo al completo. Cuanto más concentramos nuestras vidas en cosas limitadas, más rápidamente avanzamos hacia la muerte. Solo vivimos esos momentos cuando nuestras vidas están en el universo, en otros. Vivir esta efímera vida significa la muerte, simplemente, la muerte ; y, por ello, sobreviene el miedo a ella. El individuo solo vence el miedo a la muerte cuando se percata de que él vivirá mientras haya una única vida en este universo. Cuando pueda decir : « Vivo en todas las cosas, en todas las personas, en todas las vidas, en el universo », vencerá el miedo. Es absurdo hablar de inmortalidad en aquello que cambia constantemente. Un antiguo filósofo sánscrito dice : « Solo el espíritu es individual, porque es infinito ». Lo infinito es indivisible, imposible de romper en añicos. Es siempre el mismo, la unidad por siempre indivisible, el individuo individual, el ser humano real. El individuo aparente es tan solo la lucha por expresar, por manifestar la individualidad que se esconde más allá ; la evolución no está en el espíritu. Estos cambios que se producen (el malvado que se torna bueno, el animal que se convierte en individuo…, consideradlo como queráis) no residen en el espíritu, sino que son la evolución de la naturaleza y la manifestación del espíritu. Supongamos que una pantalla os oculta a mis ojos, mas cuenta con un pequeño agujero a través del cual puedo ver algunas de las caras que se encuentran ante mí, tan solo unas cuantas. Supongamos ahora que el agujero comenzara a hacerse cada vez mayor : a medida que se ensanchase, cada vez mayor porción de la escena que está ante mí se me revelaría, y cuando por fin agujero y pantalla hubiesen desaparecido, me hallaría cara a cara con todos vosotros. En este caso, vosotros no habríais cambiado en absoluto, sino que a medida que el agujero se agrandase, vosotros os iríais manifestando gradualmente. Lo mismo ocurre con el espíritu. No hay perfección alguna que alcanzar. Ya sois libres y perfectos. ¿Qué son esas ideas de la religión, de Dios y de la búsqueda del más allá? ¿Por qué busca el ser humano un Dios? ¿Por qué todo individuo en toda nación y en toda esfera de la sociedad anhela hallar en alguna parte un ideal perfecto, ya sea en el ser humano, ya en Dios, ya en cualquier otra cosa? Porque esa idea está en vuestro interior. Era el latido de vuestro propio corazón y no lo sabíais ; lo confundíais con algo externo. Es el Dios en vuestra propia persona que os insta a buscarlo, a descubrirlo. Tras interminables búsquedas aquí y allá, en templos y en iglesias, en la tierra y en el cielo, por fin regresáis, completando el ciclo que comenzasteis, a vuestra propia alma, y halláis que aquel que habéis buscado por todas partes, aquel por el que os habéis lamentado y habéis rezado en iglesias y templos, aquel que habéis contemplado como el misterio de los misterios envuelto en nubes, es lo más cercano entre lo cercano, es vuestro propio « yo », es la realidad de vuestra vida, es el cuerpo y el alma, es vuestra propia naturaleza. Reivindicadla, manifestadla ; no para tornaros puros, pues ya sois puros. No se trata de que os tornéis perfectos, pues ya sois perfectos. La naturaleza es como esa pantalla que esconde la realidad que hay más allá. Todo pensamiento positivo o acto en él fundamentado contribuye a rasgar el velo, por así decirlo, y así la pureza, lo infinito, el Dios tras de él se manifiesta cada vez en mayor medida.
Esta es la historia al completo del ser humano. Cuanto más fino se vuelve el velo, más brilla la luz que se halla tras él, puesto que está en su naturaleza brillar. No se puede conocer. En vano pretendemos conocerla. De poder conocerse no sería lo que es, puesto que es el sujeto eterno. El conocimiento es una limitación, una objetivación. Él es el sujeto eterno de todo, el eterno testigo del universo, vuestro propio « yo ». El conocimiento es, por así decirlo, un peldaño inferior, una degeneración. Ya somos ese sujeto eterno, ¿cómo podríamos conocerlo? Esta es la auténtica naturaleza de todo individuo, que lucha por expresarse de diversas maneras ; de lo contrario, ¿por qué existen tantos códigos éticos?, ¿cuál es la explicación de toda ética? La idea central de todo sistema ético, expresada de diversas maneras, es hacer el bien a los demás. La razón de ser de la humanidad debería ser la caridad para con el prójimo y para con los animales ; estas no son sino distintas expresiones de esa verdad eterna : « Yo soy el universo, el universo es uno solo ». Si no, ¿cuál es la razón?, ¿por qué debería hacer el bien a los otros, a mis iguales?, ¿qué me obliga? Se trata de la empatía, el sentimiento universal de igualdad. Incluso los corazones más duros sienten a veces empatía por otros. Incluso el individuo que se aterroriza ante la idea de que la individualidad es en realidad una falsa ilusión, de que carece de sentido intentar aferrarse a esta individualidad aparente, os podrá decir que la abnegación extrema es el centro de toda moralidad. ¿Y qué es la completa abnegación? Supone la negación de este « yo » aparente, la negación de todo egoísmo. Esta idea de *ahamkara *y mamata, ‘yo y mío’, es fruto de la superstición pasada, y cuanto más se aleja este « yo » presente, en mayor medida se manifiesta el « yo » real. Esta es la auténtica abnegación, el centro, la base, el fundamento de toda enseñanza moral. Sea el individuo consciente o no, el mundo entero camina lentamente hacia ella, practicándola en mayor o en menor medida. La vasta mayoría de la humanidad lo hace de manera inconsciente. Permitamos que lo haga de manera consciente. Permitámosle llevar a cabo el sacrificio, consciente de que este « yo y mío » no es el « yo » real, sino tan solo una limitación. Tan solo un atisbo de esa realidad infinita que se encuentra más allá, tan solo una chispa de ese fuego infinito que es el todo representa al ser humano presente ; lo infinito es su auténtica naturaleza.
¿Cuál es la utilidad, el efecto, el resultado de este conocimiento? En nuestros días, la utilidad es la vara de medir para todo, en función de la cantidad de dinero que valga. ¿Con qué derecho solicita el individuo que se juzgue la verdad mediante el estándar de la utilidad o del dinero? Supongamos que no tuviese utilidad alguna ; ¿sería por ello menos verdad? La utilidad no es la prueba de la verdad. Sin embargo, la verdad encierra la mayor utilidad. La felicidad, como podemos comprobar, es lo que toda persona anhela ; pero la mayoría la busca en cosas evanescentes e irreales. Jamás se halló felicidad alguna en los sentidos ; jamás hubo persona alguna que encontrase la felicidad en los sentidos, o en el disfrute de los mismos. La felicidad se halla solo en el espíritu. La mayor utilidad para la humanidad reside, por lo tanto, en hallar la felicidad en el espíritu. Lo siguiente que es necesario destacar es que la ignorancia es la madre de toda miseria, y la ignorancia de base es creer que lo infinito se lamenta y llora, que es finito. Esta es la base de toda ignorancia : nosotros, lo inmortal, lo siempre puro, el espíritu perfecto, creemos ser mentes, cuerpos insignificantes ; esta es la madre de todos los egoísmos. Si pienso que soy un pequeño cuerpo, deseo preservarlo, protegerlo, mantenerlo en buen estado, aun a costa de otros cuerpos ; de esta forma, vosotros y yo nos separamos. Al aparecer esta idea de separación se abre la puerta a toda maldad, lo que conduce a toda miseria. He aquí la utilidad : si tan solo una mínima parte de los seres humanos que viven hoy en día se deshiciese de la idea de egoísmo, limitación y pequeñez, este mundo se convertiría mañana en un paraíso ; pero es imposible llevarlo a cabo con las máquinas y los avances en el conocimiento material. Estos últimos solo contribuyen a aumentar la miseria, al igual que arrojar leña al fuego alimenta al máximo la llama. Sin el conocimiento del espíritu todo conocimiento material no es sino añadir leña al fuego, otorgándole al individuo egoísta un instrumento más para apoderarse de lo que pertenece a otros, para vivir por encima de otros, en lugar de dar su vida por ellos.
Otra pregunta es si esto es práctico. ¿Puede llevarse a cabo en la sociedad moderna? La verdad no rinde homenaje a ninguna sociedad, antigua o moderna. La sociedad ha de pagar tributo a la verdad o sucumbir. Las sociedades deben configurarse en función de la verdad ; no ha de adaptarse la verdad a la sociedad. Si una verdad tan noble como la generosidad es impracticable en sociedad, entonces es mejor que el ser humano abandone la sociedad y se adentre en el bosque. Ese es el individuo valiente. Hay dos tipos de valentía : una es aquella consistente en enfrentarse al cañón ; la otra es la valentía de la convicción espiritual. Un emperador que invadió la India recibió de su preceptor el consejo de visitar a alguno de los sabios que allí vivían. Después de buscar durante largo tiempo a uno, dio con un hombre muy anciano que estaba sentado sobre un bloque de piedra. El emperador habló con él brevemente y, enormemente impresionado por su sabiduría, le pidió que le acompañase a su país. « No —contestó el sabio—. Me siento muy satisfecho aquí, con mi bosque ». El emperador dijo : « Te procuraré dinero, posición y prosperidad. Soy el emperador del mundo ». « No —replicó el sabio—. Tales cosas no me interesan ». El emperador le espetó : « Si no vienes te mataré ». El hombre sonrió serenamente y dijo : « Eso es lo más estúpido que podríais decir, emperador. No podéis acabar conmigo. El sol no puede secarme, el fuego no puede quemarme, la espada no puede matarme, puesto que no nací ni moriré ; soy el siempre viviente, el omnipotente, el omnipresente espíritu ». Esta es la valentía espiritual, en tanto que la otra es la valentía propia del tigre o del león. En la rebelión de 1857 hubo un swami, un alma grandiosa, a quien un sublevado mahometano apuñaló severamente. Los sublevados hindúes atraparon al hombre y lo llevaron ante el swami, ofreciéndose a matarlo. Pero el swami, contemplándolo con calma, dijo : « Hermano mío, ¡tú eres Él!, ¡tú eres Él! ». Y expiró. Este es otro ejemplo. ¿De qué os sirve hablar de la resistencia de vuestros músculos, de la superioridad de vuestras nociones Occidentales si no podéis practicar la verdad en vuestra sociedad, si no sois capaces de construir una sociedad en la que la verdad encuentre su lugar? ¿De qué os sirve jactaros de vuestra grandeza y genialidad si os levantáis y decís : « Esta valentía no es práctica »?. ¿Acaso solo es práctico el dinero? Si esto es así, ¿qué sentido tiene jactaros de vuestra sociedad? La sociedad más grandiosa es aquella en la que las verdades más elevadas se tornan prácticas. Esta es mi opinión, y si la sociedad no se ajusta a las verdades más elevadas, hagamos que así sea, y cuanto antes, mejor. ¡Levantaos, hombres y mujeres, con este espíritu! ¡Atreveos a creer en la verdad, atreveos a practicar la verdad!
El mundo necesita unos cientos de hombres y mujeres valientes. Practicad esa valentía que osa conocer la verdad, que osa practicar la Verdad en lo cotidiano, que no vacila ante la muerte, sino que, al contrario, le da la bienvenida, que hace al individuo consciente de que él es el espíritu, consciente de que nada en el universo puede matarlo. Entonces seréis libres. Entonces conoceréis vuestra auténtica alma. « Primero se oye hablar del atman, luego se piensa en él y por último se medita sobre él ».
En nuestros días se tiende enormemente a hablar demasiado del trabajo y a subestimar el pensamiento. Obrar es bueno, pero procede del pensamiento. Denominamos trabajo a las pequeñas manifestaciones de energía a través de los músculos. Sin embargo, allá donde no hay pensamiento tampoco habrá trabajo. Ocupad vuestra mente, por lo tanto, con pensamientos e ideales elevados ; contempladlos día y noche, y de ellos nacerán grandes obras. No habléis de impureza ; al contrario, afirmad que somos puros. Nos hemos autoconvencido de que somos pequeños, de que hemos nacido y de que vamos a morir, en un constante estado de temor.
Cuenta la historia que una leona a punto de parir iba en busca de una presa. Dio con un rebaño de ovejas y se abalanzó sobre él, muriendo en el intento tras dar a luz a un cachorro. Las ovejas se hicieron cargo de él ; lo criaron y creció con ellas, paciendo y balando como una más. Y aunque con el tiempo la cría se convirtió en un león adulto, fuerte, se creía a sí mismo oveja. Un día otro león llegó en busca de una presa y quedó atónito al encontrar entre el rebaño a un león que huía como una oveja ante el peligro. Intentó acercarse a la oveja-león para revelarle que no era una oveja, sino un león ; pero el pobre animal huyó de él. Sin embargo, un día en que encontró a la oveja-león mientras estaba durmiendo, vio su oportunidad. Se acercó a él y le dijo : « Eres un león ». « Soy una oveja », sollozó balando el león, sin poder creer al otro. El otro león lo condujo hasta un lago y le dijo : « Mira, aquí están mi reflejo y el tuyo ». Y así se produjo la comparación. Miró al otro león y su propio reflejo, y en ese instante asumió la idea de ser un león. El león rugió, el balido se había esfumado. Sois leones ; sois almas ; sois puros, infinitos y perfectos. El poder del universo está en vosotros. « ¿Por qué te lamentas, amigo? No hay ni nacimiento ni muerte. ¿Por qué te lamentas? No hay enfermedad ni miseria, pues eres como el cielo infinito : nubes de varios colores se posan sobre él, juegan durante un momento y, después, se desvanecen ; pero el cielo permanece eternamente azul ». ¿Por qué vemos mezquindad? Hubo una vez un tocón, y en la oscuridad un ladrón pasó cerca de él y pensó : « Es un policía ». Un joven que esperaba a su amada y vio el tocón pensó que se trataba de esta. Un niño que había escuchado historias de fantasmas lo tomó por un fantasma y comenzó a gritar. No obstante, se trató en todo momento del mismo tocón, del mismo trozo de árbol. Vemos el mundo tal y como somos nosotros. Supongamos que en un cuarto hay un bebé y un saco de oro en una mesa ; llega un ladrón y roba el oro. ¿Pensaría el bebé que han robado el oro? Vemos fuera lo que tenemos dentro. El bebé no tiene ladrón dentro y no lo ve fuera. Así ocurre siempre con el conocimiento. No habléis de la maldad del mundo y de sus pecados. Lamentad que aún estáis abocados a ver la maldad. Lamentad que estáis abocados a ver pecado por todas partes, y si queréis ayudar al mundo, no lo condenéis. No contribuyáis a debilitarlo más. Puesto que, ¿qué son el pecado y la miseria sino el resultado de la debilidad? El mundo se debilita cada vez más por culpa de tales enseñanzas. Desde su infancia se les enseña a las personas que son débiles y pecadoras. Enseñadles que son todos gloriosos hijos de la inmortalidad, incluso quienes presentan las más débiles manifestaciones. Dejad que el pensamiento positivo, fuerte y útil penetre en vuestra mente desde la infancia. Abríos a estos pensamientos, y no a aquellos que os debilitan y os paralizan. Decidle a vuestra mente : « Yo soy Él, Yo soy Él ». Dejad que resuene en vuestra mente día y noche como una canción, y afirmad en el momento de vuestra muerte : « Yo soy Él ». Esa es la Verdad. La infinita fuerza del mundo es vuestra. Zafaos de la superstición que obstruye vuestra mente. Atreveos a ser valientes. Conoced y practicad la verdad. Puede que la meta esté lejos, pero despertad, levantaos y no paréis hasta alcanzarla.