Capítulo IV: Maya y la evolución del concepto de Dios #
Londres, 20 de octubre de 1896
Hemos comprobado cómo la idea de Maya, que constituye, por así decirlo, una de las doctrinas básicas de la Vedanta Advaita, aparece ya en su primer estadio evolutivo incluso en los Samhitas, y que en realidad todas las ideas que se desarrollan en los Upanishads aparecen ya en los Samhitas de una forma u otra. La mayoría de vosotros ya estáis familiarizados con la idea de Maya, y sabéis que este concepto se interpreta a veces de manera errónea, como una ilusión ; por lo que cuando se dice que el universo es Maya, se entiende que este es una ilusión. Esta traducción de la palabra no es ni afortunada ni acertada. Maya no es una teoría, sino simplemente el estado de la realidad del universo tal y como existe, y para entender el concepto debemos remontarnos a los Samhitas y tomarlo en su origen.
Hemos visto cómo llegó la idea de los Devas. Sabemos al mismo tiempo que al principio estos Devas solo eran seres poderosos y nada más. A la mayoría de vosotros os horroriza la lectura de las antiguas escrituras —ya sean las griegas, las hebreas, las persas u otras— al ver que los dioses antiguos hacen a veces cosas repugnantes a nuestros ojos. Sin embargo, olvidamos al leer estos libros que nosotros pertenecemos al siglo XIX, y la existencia de estos seres se sitúa miles de años atrás. Olvidamos, asimismo, que la gente que adoraba a estos dioses no encontraba nada incongruente en sus personalidades ni nada que los asustase, porque estos dioses se parecían mucho a ellos. Debo además resaltar que esta es la única gran lección que tenemos que aprender a lo largo de nuestras vidas. Siempre juzgamos a los demás a través de nuestros propios ideales. Esto no debería ser así. Se debe juzgar a cada persona en función de su propio ideal, y no a través de los ideales de nadie más. Al tratar con nuestros iguales cometemos siempre este mismo error, y soy de la opinión de que esta es la causa de la gran mayoría de nuestras disputas con los demás : siempre intentamos juzgar a los dioses de los otros en función de los nuestros, los ideales de los demás en función de nuestros ideales, los motivos de los otros en función de nuestros motivos. Tal vez hagamos algo en ciertas circunstancias ; pero cuando vemos a otra persona actuar de la misma manera, creemos que lo hace por el mismo motivo, sin llegar ni siquiera a pensar que, si bien el efecto puede ser el mismo, muchas otras causas han podido producir ese comportamiento. Probablemente haya actuado movido por una causa muy diferente a la nuestra. Así que no debemos partir de nuestro punto de vista a la hora de juzgar las religiones antiguas, sino que debemos situarnos en aquellos tiempos antiguos, en su pensamiento y en sus formas de vida.
La idea del Jehová cruel y despiadado del Antiguo Testamento ha aterrorizado a muchos ; pero ¿por qué?, ¿qué derecho tienen a asumir que el Jehová de los antiguos judíos debe representar la idea convencional que se tiene de Dios a día de hoy? Al mismo tiempo, debemos tener presente que después de nosotros llegarán generaciones que se reirán de nuestras ideas de la religión y de Dios, igual que nosotros nos reímos de las ideas de los antiguos. Sin embargo, el hilo de oro de la unidad recorre todas estas diversas concepciones, y descubrirlo es el objetivo de la Vedanta. « Soy el hilo que recorre todas estas diversas ideas, cada una de las cuales es como una perla », dice Krishna, y la obligación de la Vedanta es establecer este hilo conductor, por incongruentes o aborrecibles que parezcan estas ideas si se las juzga de acuerdo con nuestras concepciones de hoy en día. Aquellas ideas, en el contexto de aquellos tiempos, eran armoniosas y no más horribles que nuestras ideas actuales. El horror se hace evidente solo cuando intentamos descontextualizarlas y aplicarlas a nuestras circunstancias presentes, puesto que sus antiguos contextos murieron y quedaron atrás. Así como el antiguo judío ha evolucionado en el judío entusiasta, moderno y perspicaz, el ario ha evolucionado en el hindú intelectual, y, de la misma forma, Jehová ha evolucionado y los Devas han evolucionado.
El gran error reside en reconocer la evolución de los creyentes sin admitir la evolución de las deidades adoradas, a las que no se les atribuye el progreso que sus devotos han logrado. Es decir, vosotros y yo, que representamos ideas, hemos crecido ; también estas deidades, las cuales también representan ideas, han crecido. Puede que el hecho de que Dios pueda crecer os parezca en cierto modo curioso. Sin embargo, Dios no puede crecer, es inmutable. En este sentido, tampoco el ser humano real puede crecer jamás. No obstante, las ideas que el ser humano tiene de Dios cambian y se expanden constantemente. Llegaremos a ver cómo el ser humano real que hay detrás de cada una de estas manifestaciones humanas es inamovible, inmutable, puro y siempre perfecto. De la misma forma, la idea que nos formamos de Dios es una mera manifestación, es nuestra propia creación ; detrás de ella está el Dios real que nunca cambia, el siempre puro, el inmutable. Sin embargo, la manifestación está en constante cambio, revelando cada vez en mayor medida la realidad que se esconde detrás. Cuando esta manifestación tiende a revelar esta realidad oculta, recibe el nombre de progresión ; cuando tiende a esconderla más, recibe el nombre de retrocesión. Por lo tanto, cuando crecemos los dioses lo hacen en la misma medida. Desde el punto de vista ordinario, los dioses se revelan a sí mismos al igual que nosotros lo hacemos, a medida que unos y otros evolucionamos.
Ahora deberíamos estar en condiciones de entender la teoría de Maya. Las preguntas que se propone debatir en todas las regiones del mundo son las siguientes : ¿por qué carece de armonía este universo?, ¿por qué existe el mal en el universo? Estas preguntas no las encontramos en el mismísimo comienzo de las ideas religiosas primitivas porque al individuo primitivo el mundo no le parecía incongruente. Para él las circunstancias no estaban faltas de armonía ; no había división de opiniones, no existía la dicotomía del bien y del mal. Solo albergaba en su propio corazón el sentimiento de algo que decía : « Sí », y algo que decía : « No ». El ser humano primitivo era un ser impulsivo. Hacía lo que se le ocurría, e intentaba materializar a través de sus músculos todo pensamiento que le cruzaba la mente ; no se paraba a considerar nada y rara vez intentaba controlar sus impulsos. Así ocurría con los dioses : también eran criaturas impulsivas. Indra aparece y destruye las fuerzas de los demonios. A Jehová le gustan unas personas y le disgustan otras, por alguna razón desconocida y que nadie pregunta. Aún no había surgido la costumbre de cuestionarse, y todo lo que un dios hacía se consideraba correcto. No había idea alguna del bien ni del mal. Los Devas hicieron, en el sentido que nosotros otorgamos a la palabra, muchas cosas malvadas. Indra y otros dioses cometieron una y otra vez actos perversos ; pero para los devotos de Indra no existía idea alguna de perversidad o maldad, por lo que no los cuestionaban.
La lucha llegó con el avance de las ideas éticas. Afloró cierto sentimiento en el ser humano, llamado de distinta forma en diferentes lenguas y naciones. Llamadlo la voz de Dios o el resultado de la educación del pasado, como queráis ; pero el efecto fue que ejerció un poder de control sobre los impulsos naturales del ser humano. Hay un impulso en nuestras mentes que dice : « Hazlo ». Detrás de este se alza otra voz que dice : « No lo hagas ». Hay un conjunto de ideas en nuestra mente que lucha por salir al exterior a través de los canales de los sentidos, y detrás de ellas, si bien fina y débil, hay una voz infinitamente pequeña que dice : « No salgáis afuera ». Las dos bonitas palabras sánscritas para estos fenómenos son pravritti y navritti, ‘movimiento circular hacia el exterior’ y ‘movimiento circular hacia el interior’, respectivamente. Es el movimiento circular hacia el exterior el que gobierna normalmente nuestras acciones. La religión comienza con el movimiento circular hacia el interior. La religión comienza con este « no lo hagas » ; la espiritualidad comienza con este « no lo hagas ». Cuando el « no lo hagas » no está presente, la religión no ha comenzado. Este « no lo hagas » llegó, provocando la evolución de las ideas del ser humano a pesar de los dioses violentos a los que había adorado.
Un poco de amor afloró en los corazones de la humanidad ; muy poco, en realidad, e incluso hoy en día no es mucho mayor. Al principio se limitó a una tribu, tal vez a miembros de la misma tribu. Estos dioses amaron a sus tribus ; cada uno de ellos era un dios tribal, el protector de una tribu. A veces, los miembros de una tribu se creían descendientes de su dios, al igual que los clanes de diferentes naciones se creen los descendientes comunes de quien fundó el clan. Hubo en épocas antiguas y hay incluso ahora personas que reivindican ser descendientes no solo de estos dioses tribales, sino también del sol y de la luna. En los antiguos libros sánscritos leemos acerca de los grandes emperadores heroicos de las dinastías solares y lunares. Estos fueron primero adoradores del sol y de la luna, y gradualmente fueron creyendo ser descendientes de los dioses del sol y de la luna, y así sucesivamente. Así que cuando estas ideas tribales comenzaron a desarrollarse, surgió un poco de amor, una sutil idea de obligación para con el otro, una pequeña organización social. Entonces, naturalmente, aparecieron las siguientes preguntas : ¿cómo podemos vivir juntos sin soportar ni contenernos?, ¿cómo podemos convivir sin tener en algún momento que controlar nuestros impulsos, refrenarnos o abstenernos de hacer algo que nuestra mente nos impele a hacer? Es imposible. Así llega la idea de contención. Todo el conjunto social se basa en la idea de contención, y todos sabemos que quien no ha aprendido la gran lección de soportar y contenerse lleva una vida de lo más miserable.
Ahora bien, al llegar estas ideas de religión, un atisbo de algo superior, más ético, nació en el intelecto de la humanidad. Se consideró a los viejos dioses, a los dioses de los antiguos, muy incongruentes, a esos dioses bulliciosos, violentos, bebedores y que comían carne de res, cuyo placer residía en el olor a carne asada y en la libación de licores fuertes. Indra bebía a veces hasta caer al suelo y hablar de manera ininteligible. No se podía seguir tolerando a estos dioses. Había surgido la noción de indagar en los motivos, y también los dioses tenían que sufrir esta investigación. Se reclamó —sin éxito— la razón de tal y tal acción. Por ello, las personas dejaron a un lado a estos dioses, o más bien desarrollaron ideas más elevadas acerca de ellos. Podría decirse que sometieron a estudio todas las acciones y cualidades de los dioses ; descartaron las que no podían armonizar, y preservaron las que podían comprender y las combinaron bajo el nombre Deva-deva, el dios de los dioses. El dios objeto de adoración no era ya un mero símbolo de poder : se requería algo más. Se trataba de un dios ético, que amaba a la humanidad y hacía el bien para esta ; pero permaneció la idea de dios. Incrementaron su significado ético, así como su poder. Se convirtió en el ser más ético del universo, así como en casi omnipotente.
Pero esta labor de « reparación » no funcionaba aún. Al aumentar tan considerablemente la complejidad de la explicación, también aumentó la dificultad del problema que esta debía resolver. Si las cualidades del dios aumentaban en progresión aritmética, la dificultad y la duda aumentaban en progresión geométrica. La dificultad que planteaba Jehová era muy pequeña en comparación con la dificultad que plateaba el Dios del universo, cuestión aún vigente a día de hoy. ¿Por qué deberían seguir permitiéndose cosas diabólicas bajo el reinado de un Dios omnipotente y lleno de amor?, ¿por qué debería haber mucha más miseria que felicidad y mucha más maldad que bondad? Podemos dar la espalda a todo esto, pero la realidad sigue siendo que este mundo es horrible. Se trata, en el mejor de los casos, del infierno de Tántalo. Aquí nos encontramos, con impulsos fuertes y anhelos aún más fuertes en lo que al disfrute de los sentidos se refiere ; pero no podemos satisfacerlos. Una ola se eleva y nos empuja hacia delante, en contra de nuestra propia voluntad, y tan pronto como avanzamos un paso, somos golpeados. Todos estamos condenados a vivir aquí como Tántalo. A nuestra mente llegan ideales que están mucho más allá de nuestros ideales sensoriales ; pero fracasamos en el intento de expresarlos. Además, somos aplastados por la masa que crece a nuestro alrededor, y no obstante, si dejamos a un lado todo ideal y simplemente luchamos a través de este mundo, nuestra existencia es la de un bruto, nos degeneramos, nos degradamos. Ninguno de estos caminos conduce a la felicidad. El destino de todo individuo que se contente con vivir en este mundo al que ha venido es la desdicha. Mil veces más miserable es el destino de quien osa avanzar hacia la verdad y hacia concepciones más elevadas, quien osa reclamar algo más elevado que esta mera existencia bruta. Estos son los hechos, pero no hay explicación ni puede haberla. Sin embargo, la Vedanta muestra la salida. Debéis saber que tengo que contaros hechos que a veces os asustarán ; pero si recordáis lo que digo, si pensáis en ello, si lo asimiláis, será vuestro, os elevará y os hará capaces de comprender y de vivir en la verdad.
Es un hecho que este mundo es un infierno como el de Tántalo, que no sabemos nada acerca de este universo Pero, al mismo tiempo, tampoco podemos decir que no sabemos. No podemos decir que esta cadena exista si pensamos que no lo sabemos. Puede que se produzca en nuestros cerebros una completa ilusión. Tal vez soñemos en todo momento. Estamos soñando que hablo con vosotros y que vosotros me escucháis, y nadie puede demostrar que no sea un sueño. Puede que nuestro propio cerebro sea un sueño, y en este sentido nadie ha visto su propio cerebro. Todos presuponemos su existencia, y así ocurre con todo. Presuponemos que nuestro propio cuerpo existe y, al mismo tiempo, no podemos decir que no lo sepamos. Nada conoce esta posición entre el conocimiento y la ignorancia : ni esta penumbra mística, ni la mezcla entre verdad y mentira ni el punto donde ambas se reúnen. Caminamos en medio de un sueño, medio dormidos, medio despiertos ; pasamos la vida en una confusión. Este es el destino de todos nosotros, de todo conocimiento sensorial, de toda filosofía, de toda jactanciosa ciencia y de todo jactancioso conocimiento humano. Este es el universo.
Lo que llamamos materia, o espíritu, o mente, o como queramos llamarlo, no cambia el hecho : no podemos decir que existan ni que no existan. No podemos decir que sean uno ni que sean varios. Este eterno juego de luz y tinieblas, indistinto, indistinguible e inseparable, está siempre presente. Un hecho y al mismo tiempo un no hecho, despierto y al mismo tiempo dormido. Este es el estado de la realidad que llamamos Maya. En este Maya hemos nacido, vivimos, pensamos y soñamos. En él somos filósofos, individuos espirituales ; lo que es más, en este Maya somos demonios y somos dioses. Ensanchad vuestras ideas tanto como podáis, elevadlas cada vez más, llamadlas infinitas o de alguna otra forma que os guste : incluso estas ideas están en este Maya. No puede ser de otra forma, y el conjunto del conocimiento humano es una generalización de este Maya, por intentar conocerlo tal como se presenta. Este es el trabajo de namarupa, ‘nombre y forma’. Todo lo que tiene forma, todo lo que evoca una idea en vuestra mente está en Maya, pues todo lo que está atado a las leyes del tiempo, el espacio y la causalidad está en Maya.
Retrocedamos un poco a aquellas ideas primitivas de Dios y veamos en qué se convirtieron. Enseguida nos percatamos de lo insatisfactorio de la idea de cierto ser que nos ama infinitamente, ser infinitamente generoso y omnipotente que gobierna el Universo. El filósofo se preguntaba : « ¿Dónde está el Dios justo, misericordioso? ». ¿Acaso no ve que millones y millones de sus hijos —hombres y animales— perecen? ¿Quién puede, de hecho, vivir por un momento aquí sin matar a otros? ¿Es posible siquiera respirar sin destruir miles de vidas? Nosotros vivimos y, por ello, millones mueren. Cada momento de nuestras vidas, cada uno de nuestros respiros significa la muerte para miles. Todo movimiento que hacemos significa la muerte para millones. Cada bocado que degustamos es la muerte de millones de personas. ¿Por qué deberían morir? Un viejo sofisma defiende que son existencias viles. Suponiendo que lo sean (lo que es cuestionable, ya que quién sabe si la hormiga es mayor que el humano o al contrario), ¿quién puede demostrar lo uno o lo otro? Aparte de esto, incluso admitiendo que estos seres fuesen viles, ¿por qué deberían morir? Si son viles, mayor razón para vivir tienen. ¿Por qué no? Viven en mayor medida en los sentidos, sienten el placer y el dolor mil veces más que vosotros y que yo. ¿Quién de nosotros cena con el mismo deleite que un perro o un lobo? Nadie, porque nuestras energías no se concentran en los sentidos, sino en el intelecto, en el espíritu. Sin embargo, los animales vuelcan su alma por completo en los sentidos y se vuelven locos. Disfrutan con cosas con las que nosotros, como seres humanos, jamás soñaríamos, y el dolor es proporcional al placer. El placer y el dolor se producen en la misma medida. Ya que el placer que sienten los animales es mucho más intenso que el que sienten las personas, se deduce que la capacidad de sentir dolor de los animales es tan aguda —si no más aguda— como la de las personas. Por lo tanto, es un hecho que el dolor y el sufrimiento que las personas sienten al morir se multiplica por mil en el caso de los animales, y, con todo ello, los matamos sin que su sufrimiento nos perturbe. Esto es Maya. Si suponemos que existe un Dios personal semejante a un ser humano y que creó todo, estas denominadas explicaciones y teorías que intentan demostrar que del mal nace el bien son insuficientes. Que ocurran veinte mil cosas buenas, pero ¿por qué tendrían estas que provenir del mal? Por esta regla de tres yo podría decapitar a otros alegando querer experimentar el máximo placer en mis cinco sentidos. Esta no es una razón. ¿Por qué debería provenir el bien del mal? La pregunta carece aún de respuesta y no se puede responder. La filosofía india estuvo obligada a admitirlo.
La Vedanta ha sido y sigue siendo el más valiente de los sistemas religiosos. Nunca se detuvo, y presentó una ventaja : nunca contó con un conjunto de sacerdotes que tuviesen por objetivo silenciar a todo aquel que intentase contar la verdad. Siempre hubo libertad religiosa absoluta. En la India la esclavitud de la superstición es de carácter social ; aquí, en Occidente, la sociedad es muy libre. La vida social en la India es muy estricta, pero la opinión religiosa es libre. En Inglaterra una persona puede vestir como quiera o comer lo que quiera sin que nadie ponga objeción alguna ; pero si no asiste a la iglesia, doña Perfecta se le echa encima. Primero tiene que amoldarse a lo que la sociedad dice de la religión, y entonces puede que piense en la verdad. En la India, por el contrario, si un hombre se reúne para cenar con otro que no pertenece a su misma casta, cae sobre él todo el peso terrible de la sociedad y lo aplasta. Si desea vestir de forma un poco diferente a como su ancestro vestía hace años, está perdido. He escuchado hablar de un hombre expulsado de la sociedad por haber recorrido varias millas para ver el primer tren de ferrocarril. ¡Está bien, admitamos que esto no fuese cierto! En materia de religión, sin embargo, encontramos ateos, materialistas y budistas, así como credos, opiniones y especulaciones de toda clase y variedad (algunos del carácter más extravagante) que conviven codo con codo. Predicadores de todas las sectas captan y se granjean seguidores. En las mismas puertas de los templos de los dioses, los brahmanes (reconozcamos su labor al mentarlo) incluso permiten a los materialistas levantarse y expresar sus opiniones.
Buda murió a una edad muy avanzada. Recuerdo que un amigo mío, un gran científico americano, era aficionado a leer sobre su vida. La muerte de Buda no le gustó porque no fue crucificado. ¡Qué idea tan errónea! ¡Resulta que un hombre, para ser grande, ha de morir asesinado! Tales ideas nunca triunfaron en la India. Este gran Buda viajó por todo el país, denunciando a sus dioses, incluso al Dios del universo, y aun así vivió largo tiempo. Murió a los ochenta años, y había convertido a la mitad del país.
Luego, estaban los chárvakas, que predicaban cosas horribles, el más apestoso e indisimulado materialismo, cosas que nadie se atreve a predicar abiertamente en el siglo XIX. Se permitía a estos chárvakas ir predicando de templo en templo, de ciudad en ciudad, que la religión carecía de sentido ; que solo era clericalismo ; que los Vedas eran palabras y escritos de idiotas, truhanes y demonios ; y que no existía ni Dios ni un alma eterna. Si hubiese un alma, volvería a nosotros después de la muerte, arrastrada por el amor de su mujer y su hijo. Eran de la idea de que si existía un alma, esta debería continuar amando después de la muerte, debería seguir queriendo buena comida y ropa bonita. Sin embargo, nadie hizo daño alguno a estos chárvakas.
En definitiva, la India ha contado siempre con esta maravillosa idea de libertad religiosa, y debemos recordar que la libertad es la primera condición para el crecimiento. Lo que no hacemos libre nunca crecerá. Carece de sentido la idea de que uno puede hacer crecer a los demás, contribuir a su crecimiento, la idea de que uno puede dirigirlos y guiarlos reservando para sí mismo la libertad del maestro ; se trata de una peligrosa mentira que ha retardado el crecimiento de millones y millones de seres humanos en este mundo. Dejemos contar al individuo con la luz de la libertad. Esta es la única condición para el crecimiento.
Nosotros, en la India, permitimos la libertad en la vida religiosa, y, así, contamos con un enorme poder espiritual en lo religioso. Hoy en día vosotros concedéis la misma libertad en cuanto a la vida social y, por ello, contáis con una organización social espléndida. Nosotros no hemos concedido libertad alguna al desarrollo de los asuntos sociales y, por ello, la nuestra es una sociedad estrecha. Vosotros nunca habéis concedido libertad alguna en los asuntos religiosos, sino que habéis impuesto vuestras creencias con el fuego y con la espada, y como resultado la religión ha crecido en la mentalidad europea de una forma sesgada y degenerada. En la India nos tenemos que liberar de los grilletes de la sociedad ; en Europa estos grilletes están en la base del progreso espiritual. Será entonces cuando se produzcan un crecimiento y un desarrollo del ser humano maravillosos. Si descubrimos que hay una unidad que recorre todos estos desarrollos, a saber, espiritual, moral y social, nos daremos cuenta de que la religión, en el sentido más amplio de la palabra, debe penetrar en la sociedad, en nuestra vida cotidiana. A la luz de la Vedanta entenderéis que todas las ciencias son solo manifestaciones de la religión, como lo es todo lo que existe en este mundo.
Observamos, por lo tanto, que las ciencias se construyeron a través de la libertad, y en ellas tenemos dos tipos de opiniones : una materialista y acusadora, otra positiva y constructiva. Es un hecho de lo más curioso que ambas se encuentren en todas las sociedades. Supongamos que haya un mal en la sociedad. Veremos de inmediato un grupo que se alza y lo denuncia de forma vengativa, lo que a veces degenera en fanatismo. En todas las sociedades hay fanáticos, grupos a los que a menudo se suman las mujeres, a causa de su naturaleza impulsiva. Todo fanático que se levanta y denuncia algo puede garantizarse partidarios. Es muy fácil destruir ; un maníaco puede destruir todo cuanto quiera, pero construir algo sería difícil para él. Estos fanáticos, de acuerdo con su punto de vista, deben de hacer algún bien ; pero el daño que hacen es mucho mayor, porque las instituciones sociales no se construyen en un día y cambiarlas implica eliminar la causa. Supongamos que hay un mal ; denunciarlo no lo eliminaría, sino que debemos trabajar en la raíz del problema : primero, localizar la causa ; luego, eliminarla, y así el efecto desaparecerá con ella. La mera lamentación no produce efecto alguno, excepto cuando, de hecho, produce desdicha.
Otros albergaban empatía en sus corazones y comprendieron la idea de que debemos ahondar en la causa ; estos fueron los grandes santos. Debemos recordar que todos los grandes maestros del mundo aseguraron que no habían llegado para destruir, sino para realizar. Muchas veces esto no se ha entendido y su paciencia se ha malinterpretado como un compromiso indigno de las opiniones populares que existían. Incluso a día de hoy escuchamos de vez en cuando que estos profetas y grandes maestros fueron más bien cobardes, que no se atrevieron a decir ni a hacer lo que consideraban correcto. Pero esto no fue así. Los fanáticos difícilmente comprenden el infinito poder del amor que existía en los corazones de estos grandes sabios que contemplaban a los habitantes de este mundo como a sus propios hijos. Ellos eran los padres auténticos, los dioses auténticos, provistos de empatía y paciencia infinitas para todos, preparados para soportar y abstenerse. Sabían cómo debía crecer la sociedad humana y, de manera paciente, lenta y segura, avanzaron aplicando sus remedios, no mediante la denuncia ni asustando a la gente, sino guiándola hacia un estado superior, con delicadeza y amabilidad, paso a paso. Tales fueron los autores de los Upanishads. Eran plenamente conscientes de la imposibilidad de reconciliar las viejas ideas de Dios con las avanzadas ideas éticas de aquel tiempo, plenamente conscientes de que lo que los ateos predicaban encerraba gran parte de verdad, más aún, grandes núcleos de verdad. Sin embargo, comprendieron al mismo tiempo que quien quisiera cortar el hilo que unía las perlas, quien pretendiese construir una nueva sociedad de la nada, fracasaría por completo.
Nunca construimos de nuevo, simplemente cambiamos de lugar ; no podemos tener nada nuevo, simplemente cambiamos las cosas de lugar. La semilla crece dentro del árbol con delicadeza y paciencia. Debemos dirigir nuestras energías hacia la verdad y realizar la verdad que existe, no intentar hacer nuevas verdades. Así, en lugar de denunciar esas viejas ideas de Dios afirmando que estaban desfasadas en su época, los antiguos sabios comenzaron a buscar la realidad que estas encerraban. El resultado fue la filosofía de la Vedanta, y más allá de las viejas deidades, del Dios monoteísta, gobernador del universo, encontraron ideas más y más elevadas acerca de lo que se conoce como el impersonal absoluto : encontraron la unicidad en todo el universo.
La paz eterna pertenece a quien ve en la multiplicidad de este mundo esa unidad que recorre todo, a quien en este mundo de muerte encuentra esa única vida infinita, a quien en este mundo de inconsciencia e ignorancia encuentra el conocimiento y luz únicos . A ese individuo y solo a él.