Capítulo III: Maya e ilusión #
Entregado en Londres
Casi todos vosotros habéis escuchado la palabra Maya, normalmente utilizada, si bien de manera incorrecta, para referirse a la ilusión, al engaño o algo así. La teoría de Maya constituye, sin embargo, uno de los pilares de la Vedanta, por lo que es necesario interpretarla debidamente. Os pido un poco de paciencia, puesto que es alta la probabilidad de malinterpretarla. En la literatura védica, la idea más antigua de Maya hace referencia al engaño ; pero por entonces no se había alcanzado aún la auténtica teoría. Recoge pasajes como : « Indra, a través de su Maya, adoptó varias formas », donde la palabra Maya designa realmente algo parecido a la magia, y este mismo significado de la palabra lo encontramos también en otros pasajes. Después la palabra Maya cae por completo en el olvido, si bien la idea se desarrollaba mientras tanto. Más tarde se formuló la siguiente pregunta : ¿por qué no podemos conocer este secreto del universo?, a la que se dio una respuesta muy significativa : porque hablamos en vano, porque nos satisfacemos con aquello que reside en los sentidos, porque perseguimos deseos ; por lo tanto, cubrimos la realidad de bruma, por así decirlo. En este caso no se utiliza en absoluto la palabra Maya ; pero nos hacemos una idea de que la causa de nuestra ignorancia es una especie de bruma que se interpone entre nosotros y la verdad. Mucho después, en uno de los últimos Upanishads, reaparece la palabra, esta vez transformada, pues se le ha atribuido un nuevo conjunto de significados. Se habían propuesto y repetido varias teorías, y otras se habían comenzado a formular, hasta que la idea de Maya se consolidó. En el Shvetashvatara Upanishad leemos : « Conoce que la naturaleza es Maya y que el gobernador de este Maya es el mismo Dios ». En lo que a nuestros filósofos se refiere, se ha manipulado la palabra de diferentes formas hasta llegar al gran Shankaracharya. También los budistas manipularon un poco la teoría de Maya ; pero en su terreno se pareció mucho más a lo que llamamos idealismo, significado atribuido actualmente de manera general a la palabra. Cuando el hindú dice que el mundo es Maya, la gente interpreta inmediatamente que el mundo es una ilusión, interpretación con cierto fundamento proveniente de los filósofos budistas, puesto que hubo un grupo de filósofos que no creían en absoluto en el mundo externo. Sin embargo, el Maya de la Vedanta en su último estadio evolutivo no hace referencia al idealismo ni al realismo, ni es tampoco una teoría, sino un simple estado de la realidad : lo que somos y lo que vemos a nuestro alrededor.
Como os he dicho antes, la mente de las personas de las que nos llegaron los Vedas se esmeraba en seguir, en descubrir principios. No tenían tiempo de trabajar en detalles o esperar a que estos llegaran ; querían profundizar en el interior absoluto de las cosas. Algo más allá los llamaba, por así decirlo, y no podían esperar. Dispersos en los Upanishads vemos que los detalles de los campos que ahora conocemos como ciencias modernas son a menudo muy erróneos. Pero, al mismo tiempo, sus principios son correctos. Por ejemplo, la idea del éter, una de las últimas teorías de la ciencia moderna, se encuentra ya en nuestra antigua literatura en formas mucho más desarrolladas que en la teoría del éter moderna, solo que como principio. Al intentar demostrar el funcionamiento de tal principio, cometieron múltiples errores. La teoría del principio vital omnipresente, de que toda vida en este universo es solo una manifestación diferente, fue entendida en tiempos védicos ; así lo encontramos en los Bráhmanas. En los Samhitas hay un largo himno que alaba el prana, del que toda vida es solo una manifestación. A propósito, puede que a algunos de vosotros os interese saber que en la filosofía védica acerca del origen de la vida en nuestro planeta, existen teorías muy similares a las formuladas por algunos científicos europeos modernos. Todos vosotros conocéis, por supuesto, la teoría que postula que la vida llegó de otros planetas. Varios filósofos védicos asentaron la doctrina según la cual la vida procede, así, de la Luna.
En lo que a los principios se refiere, estos pensadores védicos mostraron gran valentía, increíble atrevimiento a la hora de formular teorías amplias y generalizadas. Su solución al misterio del universo desde el mundo externo fue todo lo satisfactoria que podía ser. Los mecanismos detallados de la ciencia moderna no avanzan ni un solo paso hacia la solución puesto que los principios han fallado. Si en tiempos antiguos la teoría del éter fracasó en el intento de hallar una solución al misterio del universo, trabajar en los detalles de tal teoría no nos haría avanzar hacia la verdad. Si la teoría del principio vital omnipresente fracasara como teoría del universo, no iríamos más allá por mucho que trabajásemos en sus detalles, dado que los detalles no cambian el principio del universo. Lo que quiero decir es que los pensadores hindúes fueron, en lo que se refiere a su investigación sobre el principio, tan intrépidos —mucho más intrépidos en algunos casos— como los pensadores modernos : formularon algunas de las más importantes generalizaciones jamás alcanzadas, y algunas existen aún como teorías, teorías aún no alcanzadas por la ciencia moderna. Por ejemplo, no solo formularon la teoría del éter, sino que fueron más allá y clasificaron la mente como un éter aún más enrarecido ; e incluso más allá encontraron un éter todavía más enrarecido. Sin embargo, esto no suponía la solución, no resolvía el problema. El conocimiento del mundo externo no podía resolver este problema. « Pero —dice el científico— tan solo estamos comenzando a conocer algo. Esperemos unos cuantos miles de años y tal vez hallemos la solución ». « No », dice el seguidor de la Vedanta, puesto que ha constatado que la mente es, sin lugar a dudas, limitada ; que no puede trascender ciertos límites, a saber, tiempo, espacio y causalidad, como tampoco ningún individuo puede ir más allá de su propia persona, es decir, no puede trascender los límites que le han sido marcados por las leyes del tiempo y del espacio. Todo intento de ahondar en las leyes de la causalidad, el tiempo y el espacio sería inútil, puesto que el mero intento habría de hacerse dando por hecho la existencia de estos tres. Entonces, ¿qué significa la afirmación de la existencia del mundo?, ¿y qué significa afirmar que « este mundo no tiene existencia »? Significa que no tiene existencia absoluta ; que existe solo en función de mi mente, la vuestra y la mente de cualquiera. Percibimos el mundo con nuestros cinco sentidos. Pero si tuviésemos un sexto sentido, percibiríamos en él algo nuevo ; y si tuviésemos un séptimo sentido, se nos mostraría de forma todavía más diferente. No tiene, por lo tanto, una existencia real ; no tiene una existencia inmutable, inamovible, infinita. Tampoco se puede llamar a esto inexistencia, visto que existe y que nos dejamos la piel trabajando en ella y a través de ella. Se trata de una mezcla de existencia y de inexistencia.
Desde lo abstracto hasta los detalles comunes y cotidianos de nuestras vidas, nos damos cuenta de que todo es una contradicción, una mezcla de existencia e inexistencia. Esta contradicción también existe en el conocimiento. Parece que el ser humano puede conocerlo todo con solo desearlo ; pero cuando apenas ha avanzado unos cuantos pasos, se da de bruces con un muro infranqueable. Todo su trabajo constituye un círculo del que no puede salir. Los problemas más próximos y más interesantes para él le reclaman día y noche una solución. Pero no puede solucionarlos porque no puede trascender su intelecto, y, sin embargo, este deseo está en él profundamente arraigado. A pesar de esto, sabemos que el bien solo puede obtenerse controlando, conteniendo tal deseo. Con cada aliento, todo impulso de nuestro corazón nos insta a ser egoístas. Al mismo tiempo, algún poder más allá de nosotros nos dice que solo la generosidad es buena. Todo niño es un optimista nato ; sus sueños son de oro. En la juventud este optimismo se acentúa. Para una persona joven es difícil creer en cosas como la muerte, la derrota o la degradación. Llega la senectud y la vida es un cúmulo de ruinas. Los sueños se han desvanecido en el aire y el individuo se torna pesimista. Pasamos, por lo tanto, de un extremo al otro, golpeados por la naturaleza, sin saber adónde vamos. Me recuerda a un célebre canto del Lalita Vistara, la biografía de Buda, quien nació, cuenta la historia, como el salvador de la humanidad, aunque olvidó su razón de ser en el lujo de su palacio. Algunos ángeles vinieron y entonaron una canción para « despertarlo ». El estribillo de la canción dice que fluimos en el río de la vida, en constante cambio, sin cesar, sin descanso. Así son nuestras vidas : continúan sin cesar. ¿Qué debemos hacer? El ser humano que tiene para comer y para beber es un optimista, y rehúye toda mención de la miseria, pues esta lo atemoriza. No le habléis del dolor ni del sufrimiento del mundo ; dirigíos a él y decidle que todo va bien. « Sí, estoy a salvo —dice—. Miradme. Tengo una bonita casa en la que vivir. El frío y el hambre no me asustan. Así que no me mostréis esas cosas horribles ». En cambio, hay otros que mueren de frío y hambre. Si les decís que todo está bien, no os escucharán. ¿Cómo podrían desear la felicidad a los demás cuando ellos son desgraciados? Oscilamos, por lo tanto, entre el optimismo y el pesimismo.
Luego, está el tremendo hecho de la muerte. El mundo entero camina hacia la muerte, todo muere. Todos nuestros progresos, vanidades, normas, lujos, riquezas, conocimientos… comparten el mismo final : la muerte. Esto es lo único seguro. Las ciudades surgen y desaparecen ; los imperios se construyen y caen ; los planetas se rompen en añicos y se desintegran en polvo, que se esparce por las atmósferas de otros planetas. Así ha sucedido desde tiempos inmemoriales. La muerte es el final de todo. La muerte es el final de la vida, de la belleza, de la riqueza, del poder y también de la virtud. Mueren los santos y los pecadores ; mueren los reyes y los mendigos. Todos caminan hacia la muerte, y, no obstante, existe este tremendo afán por aferrarse a la vida. De alguna forma, y no sabemos por qué, nos aferramos a la vida, no podemos renunciar a ella. Y esto es Maya.
La madre cría con gran esmero a su hijo ; pone toda su alma y su vida en ese niño. El niño crece, se hace un hombre y se convierte —tal vez— en un canalla, en un bruto que día a día le propina patadas y puñetazos. Aun así, la madre se aferra a su hijo, y cuando su razón se despierta, la silencia con la idea de amor. Apenas repara en que no es amor, sino algo que se ha apoderado de sus nervios y de lo que no puede zafarse ; por mucho que lo intente, no puede escapar de la esclavitud de la que es víctima. Y esto es Maya.
Todos vamos en busca del vellocino de oro, y todos creemos que será nuestro. Toda persona razonable sabe que su probabilidad de éxito es de una entre veinte millones, y aun así lucha por ello. Y esto es Maya.
La muerte acecha este mundo nuestro día y noche ; pero al mismo tiempo creemos que viviremos eternamente. Al rey Yudhishthira le preguntaron : « ¿Qué es lo más maravilloso de este mundo? ». Y este contestó :« Cada día muere gente a nuestro alrededor, y aun así, el hombre cree que jamás morirá ». Y esto es Maya.
Estas enormes contradicciones en nuestro intelecto, en nuestro conocimiento, en todos los aspectos de nuestra vida, nos hacen frente por todas partes. Un reformador se alza para poner fin a los males de cierta nación, y ya antes de que se remedien, otro millar de males surgen en otro lugar. Es como una vieja casa que se desmorona : parte de ella puede volver a ser erigida mientras otra de sus partes se reduce a escombros. En la India nuestros reformadores protestan y denuncian la perversidad de la viudez forzosa. En Occidente la soltería es el mayor de los males. Ayudemos, por una parte, a las solteras, porque están sufriendo ; ayudemos, por otra parte, a las viudas, porque están sufriendo. Es como el reumatismo crónico : se le hace desaparecer de la cabeza pero reaparece en el torso ; se le hace desaparecer del torso pero reaparece en los pies. Los reformadores se alzan para predicar que la educación, la riqueza y la cultura no deberían estar en manos de unos pocos privilegiados, y luchan por hacerlos accesibles a todo el mundo. Puede que estos hagan felices a algunos ; pero tal vez la felicidad física se debilite con la llegada de la cultura. El conocimiento de la felicidad conlleva el conocimiento de la desdicha. ¿Qué camino debemos, pues, tomar? El mínimo disfrute de prosperidad material causa la misma cantidad de miseria en alguna otra parte. Esta es la ley. Tal vez los jóvenes no lo vean con claridad, pero quienes han vivido y han luchado lo suficiente lo entenderán. Y esto es Maya. Todo esto se desarrolla sin cesar y es imposible hallar solución al problema. ¿Por qué han de ser así las cosas? Es imposible responder porque la pregunta no puede formularse de manera lógica. De hecho, no hay cómo ni por qué ; tan solo sabemos que es así y que no podemos remediarlo. Incluso comprenderlo, formarnos en nuestra mente una imagen nítida de ello, está fuera de nuestro alcance. ¿Cómo podemos, entonces, solucionarlo?
Maya es el estado de la realidad de este universo, de cómo se desarrolla. Normalmente, la gente se atemoriza al tener noticia de estas cosas ; pero debemos ser valientes. Esconder los problemas no es la manera de encontrarles remedio. Como todos sabéis, una liebre perseguida por perros se cree segura con agachar la cabeza. Así, cuando nos aferramos al optimismo hacemos exactamente como la libre. Pero esto no soluciona nada. Hay argumentos en contra, pero observaréis que son los poseedores de muchas de las cosas buenas de la vida quienes los esgrimen. En este país, Reino Unido, es muy difícil convertirse en un pesimista. Todos me dicen lo maravillosamente que marcha el mundo, cómo progresa. Pero su mundo solo se limita a sus vidas. Reaparecen viejas cuestiones, como que el cristianismo ha de ser la única religión verdadera del mundo porque las naciones cristianas son prósperas. Pero esta afirmación es en sí misma una contradicción, puesto que la prosperidad de la nación cristiana depende de la desdicha de las naciones no cristianas ; debe tener de quién alimentarse. Suponiendo que el mundo se convirtiese al cristianismo, las naciones cristianas se volverían pobres, porque no habría naciones no cristianas de las que alimentarse. Por lo tanto, el argumento se desmonta a sí mismo. Los animales viven de las plantas ; los humanos viven de los animales y, lo peor de todo, de otros humanos ; el fuerte vive del débil. Así ocurre en todas partes. Y esto es Maya. ¿Qué solución encontráis a esto? Día a día escuchamos muchas explicaciones, y se nos dice que a largo plazo todo irá bien. Dando por hecho que esto sea posible, ¿por qué debería existir esta manera diabólica de hacer el bien?, ¿por qué no podemos hacer el bien a través del bien, en lugar de a través de estos métodos diabólicos? Los descendientes de los seres humanos de hoy en día serán felices. Pero ¿por qué debe existir todo este sufrimiento ahora? No hay solución. Esto es Maya.
Además, escuchamos a menudo que una de las características de la evolución es que elimina el mal, y como constantemente se elimina este mal de la faz de la tierra, al final solo quedará el bien. Esto suena muy bien, y complace la vanidad de quienes disponen de suficientes bienes de los que hay en el mundo, quienes no han de luchar con ahínco para afrontar cada momento ni son aplastados por la rueda de esta denominada evolución. Esto es, de hecho, muy positivo y reconfortante para los afortunados. Puede que el rebaño ordinario sufra, pero no les importa ; se les puede dejar morir, carece de importancia. Muy bien. Con todo, este argumento es falaz de principio a fin. En primer lugar, da por sentado que el bien y el mal que se manifiestan en este mundo son dos realidades absolutas. En segundo lugar, lo que es peor, presupone que el bien crece y el mal decrece. Así que, si se elimina el mal de esta manera mediante lo que ellos denominan evolución, llegará un momento en el que todo este mal haya sido eliminado y todo lo que quede será bueno. Esto es muy fácil de decir, pero ¿puede demostrarse que lo malo decrezca? Pongamos por ejemplo a la persona que vive en un bosque, que no sabe cómo cultivar su mente, que no puede leer un libro, que no tiene la más mínima noción de lo que es la escritura. Si fuese gravemente herida, se recuperaría de inmediato, en tanto que nosotros morimos con sufrir tan solo un rasguño. La tecnología pone las cosas fáciles, contribuye al progreso y a la evolución. Pero millones de personas son aplastadas para que una pueda volverse rica ; al mismo tiempo que una se hace rica, millares de personas se empobrecen progresivamente y masas enteras de seres humanos son esclavizadas. Por este camino vamos. El humano animal vive en los sentidos. Si no tiene para comer, es miserable ; si ve su integridad física afectada, es miserable. Tanto su miseria como su desdicha comienzan y acaban en los sentidos. A medida que este individuo progresa, a medida que se ensancha el horizonte de su felicidad, también el horizonte de su desdicha crece proporcionalmente. La persona del bosque no sabe lo que es sentir celos, ni comparecer ante tribunal, ni pagar impuestos, ni ser víctima de las críticas de la sociedad, ni ser gobernado día y noche por la mayor tiranía que el diabolismo humano haya jamás inventado y que se entromete en los secretos de todo corazón humano. Ignora que el ser humano, con todo su vanidoso conocimiento y todo su orgullo, se vuelve mil veces más diabólico que cualquier otro animal. Por lo tanto, al desvincularnos de los sentidos desarrollamos capacidades de disfrute más elevadas, y al mismo tiempo tenemos que desarrollar también más elevadas capacidades de sufrimiento. Los nervios se agudizan y se vuelven capaces de sufrir más. En toda sociedad observamos a menudo que el individuo ignorante y vulgar no es demasiado sensible a los insultos. Pero sí lo es a una buena paliza. El caballero, sin embargo, no puede soportar insulto alguno, debido al nivel de agitación de sus nervios. La desgracia ha aumentado a consecuencia de su susceptibilidad a la felicidad. Esto no parece demostrar la tesis evolucionista. A medida que incrementamos nuestra capacidad de ser felices, también incrementamos nuestra capacidad de sufrir, y a veces me inclino a pensar que si aumentamos nuestra capacidad de ser felices en progresión aritmética, incrementaremos por otro lado nuestra capacidad de ser desgraciados en progresión geométrica. Quienes progresamos sabemos que cuanto más lo hacemos, más caminos hacia el dolor y hacia el placer se nos abren. Y esto es Maya.
Observamos, por lo tanto, que Maya no es una teoría que explique el mundo, sino un simple estado de la realidad tal y como esta es. La contradicción es el mismísimo fundamento de nuestro ser. En todas partes nos movemos a través de esta enorme contradicción. Dondequiera que encontremos el bien ha de existir también el mal ; dondequiera que encontremos el mal ha de existir también el bien ; dondequiera que haya vida ha de seguirla la sombra de la muerte ; todo el que sonríe habrá de llorar, y viceversa. Este hecho es inmutable. Sí que podemos imaginar que habrá un lugar donde solo haya bien y no mal, donde solo sonriamos y nunca lloremos. Pero esto es imposible en la misma naturaleza de las cosas, puesto que las condiciones seguirían siendo las mismas. El poder que provoca nuestras lágrimas acecha allá donde se encuentre el poder que nos provoca una sonrisa. El poder que nos hace desgraciados acecha allá donde se encuentre el poder que produce felicidad.
Por lo tanto, la filosofía védica no es ni optimista ni pesimista. Da visibilidad a ambas perspectivas y trata las cosas tal y como son. Admite que este mundo es una mezcla de bien y de mal, de felicidad y de desdicha, y que para aumentar una, la otra ha de aumentar también. Jamás llegará a haber un mundo bueno ni malo por completo porque esta idea en sí es una contradicción. El gran secreto que este análisis revela es que el bien y el mal no son dos compartimentos estancos, dos realidades separadas. No hay cosa alguna en nuestro mundo ni en el universo que se pueda calificar solo como bueno o solo como malo. Lo que hoy consideramos bueno lo consideraremos mañana malo. Lo que produce la desgracia de alguien produce la felicidad de otro. El fuego que quema al niño puede utilizarse para cocinar un buen plato para una persona hambrienta. Los mismos nervios que portan el sentimiento de desgracia portan también el sentimiento de felicidad. Por consiguiente, la única manera de frenar el mal es frenar el bien ; no hay otro modo. Para acabar con la muerte habría que acabar también con la vida. La vida sin la muerte y la felicidad sin la desdicha son contradicciones, y no se pueden hallar por separado porque ambas son manifestaciones de lo mismo. Lo que ayer creí bueno no lo considero bueno hoy. Cuando echo la vista hacia atrás en la historia de mi vida y recuerdo cuáles eran mis ideales en diferentes momentos, me percato de que así es. Hubo un tiempo en que mi ideal era conducir un par de caballos fuertes ; en otra época creía ver la felicidad en poder elaborar cierto tipo de dulce ; más tarde pensaba que me satisfaría sobremanera tener una esposa e hijos, así como una gran fortuna. A día de hoy me río de todos estos ideales, de estas meras puerilidades.
La Vedanta dice que debe llegar un momento en el que miremos hacia atrás y nos riamos de los ideales que nos provocan miedo a renunciar a nuestra individualidad. Todos nosotros queremos conservar nuestro cuerpo durante un tiempo indefinido, pensando que así seremos muy felices. Pero llegará un momento en que nos riamos de esta idea. Ahora bien, si esto es cierto, nos hallamos en un estado de desesperada contradicción : ni existencia ni inexistencia, ni desdicha ni felicidad, sino una mezcla de todas ellas. ¿Cuál es, por lo tanto, la utilidad de la Vedanta y de todas las demás filosofías? Y por encima de todo, ¿cuál es la utilidad de hacer el bien? Esta pregunta se nos viene a la mente. Si es cierto que no se puede hacer el bien sin hacer el mal y que allí donde se intente crear felicidad habrá siempre desdicha, la gente preguntará : « ¿Cuál es la utilidad de hacer el bien? ». La respuesta es, en primer lugar, que debemos luchar contra la desgracia, porque esta es la única manera de ser felices. Todos lo descubrimos tarde o temprano en nuestras vidas, los más brillantes algo antes que los más torpes. Los torpes lo pagan caro, y los brillantes, no tanto. En segundo lugar, debemos cumplir con nuestra parte, puesto que es la única manera de salir de esta vida de contradicción. Tanto las fuerzas del bien como del mal mantendrán nuestro universo vivo para nosotros, hasta que despertemos de nuestro letargo y dejemos a un lado la construcción de castillos de arena. Tendremos que aprender la lección, lo que llevará mucho, mucho tiempo.
En Alemania se ha intentado construir un sistema filosófico fundamentado en la conversión de lo infinito en finito, intentos que se dan también en Inglaterra. El análisis de la postura de estos filósofos es el siguiente : lo infinito intenta expresarse en este universo, y llegará un momento en que así lo consiga. Todo suena muy bonito. Se han utilizado las palabras infinito, manifestación, expresión, etc. ; pero los filósofos reclaman, por supuesto, una base fundamental lógica para la afirmación de que lo finito puede expresar plenamente lo infinito. Lo absoluto y lo infinito solo pueden convertirse en este universo por limitación. Todo lo que nos llega a través de los sentidos, de la mente o del intelecto ha de estar limitado ; y es simplemente absurdo, imposible, que lo limitado pueda ser lo ilimitado. La Vedanta, por su parte, afirma que es cierto que lo absoluto y lo infinito intentan expresarse a través de lo finito, pero que llegará un momento en que esto se dé por imposible y se tendrá que dar un paso atrás en este sentido, lo que significará la renuncia, que es el auténtico comienzo de la religión. En nuestros días incluso hablar de renuncia es muy difícil. En América se me recriminó que yo, que vengo de una tierra que ha estado muerta y sepultada durante cinco mil años, hablaba de renuncia. Así piensa tal vez el filósofo inglés. No obstante, es cierto que este es el único camino hacia la religión : renunciar y abandonar. ¿Qué dijo Cristo? « El que ha perdido su vida por mi causa la hallará ». Reivindicó una y otra vez la renuncia como el único camino hacia la perfección. Llega un momento en que la mente despierta de su largo y monótono letargo : el niño deja a un lado sus juegos y quiere volver con su madre. Se percata de la veracidad de la siguiente afirmación : « El deseo no es jamás satisfecho por su disfrute ; esto solo contribuye a avivarlo, como el viento aviva el fuego ».
Esto es válido tanto para el disfrute que reside en los sentidos como para el disfrute que reside en el intelecto y en la mente. No son nada ; son parte de Maya, de este tejido más allá del que no podemos ir. Podemos recorrer este camino infinitamente sin hallar el final, y en todo momento en que nos esforcemos por obtener un pequeño disfrute, la desdicha caerá sobre nosotros. ¡Esto es horrible! Y cuando pienso en ello solo puedo llegar a la conclusión de que esta teoría de Maya, esta declaración de que todo es Maya, es la mejor y la única explicación. Con tanta miseria como hay en el mundo, si viajamos por varias naciones, observamos que cada una trata de paliar sus males de una manera diferente. Diversas razas han tratado de eliminar el mismo mal, sin que ninguna lo haya logrado aún. Si en cierto punto se ha minimizado, en otro punto se ha concentrado. Así ocurre. Los hindúes, para preservar un alto nivel de castidad, han promovido el matrimonio infantil, lo que a la larga ha degradado la raza. Al mismo tiempo, es innegable que esto contribuye a la castidad ¿Cómo actuaríais? Si se quiere que la raza sea más casta, se debilita físicamente al hombre y a la mujer mediante el matrimonio infantil. Por otra parte, ¿es la situación mejor en Inglaterra? No, porque la castidad es la vida de una nación. ¿No habéis observado que a lo largo de la historia el primer signo del declive de una nación siempre ha sido la falta de castidad? Cuando esta aflora, el final de la raza es inminente. ¿Dónde debemos hallar, entonces, el remedio a estas desgracias? Este mal queda atenuado si los padres escogen los cónyuges de sus hijos. Las hijas indias son más prácticas que sentimentales, pero existe un ápice de poesía en sus vidas. Además, parece que el hecho de escoger uno mismo a su cónyuge no conduce a la felicidad. La mujer india es, por lo general, muy feliz ; no se suelen dar disputas entre marido y mujer. Por el contrario, en Estados Unidos, donde existe la mayor libertad, el número de hogares y matrimonios desgraciados es elevado. La desdicha existe aquí, allí y en todas partes. ¿Qué demuestra esto? Que, después de todo, todas estas ideas no han conducido, por lo general, a la felicidad. Luchamos por la felicidad, y tan pronto como la obtenemos, aparece en otro lado la desdicha.
¿No debemos, entonces, trabajar para hacer el bien? Sí, con más fervor que nunca, pero el ser conscientes de todo esto pondrá fin a nuestro fanatismo. El inglés ya no será un fanático ni maldecirá al hindú. Aprenderá a respetar las costumbres de los diferentes pueblos. Habrá menos fanatismo y más trabajo auténtico. Los fanáticos no pueden llevar a cabo un trabajo eficaz, malgastan con su fanatismo tres cuartos de sus fuerzas. Es el individuo sensato, sereno y práctico el que lleva a cabo un trabajo eficaz. Por ello, la capacidad de trabajar irá en aumento gracias a esta idea. Siendo conscientes de que esta es la situación, tendremos más paciencia. La percepción de la miseria y del mal no alterará nuestro equilibrio ni nos hará perseguir las sombras. Nos armaremos, por lo tanto, de paciencia, sabiendo que el mundo tendrá que seguir su propio curso. Si, por ejemplo, todas las personas se volviesen buenas, los animales habrían estado evolucionado mientras tanto en personas y tendrían que recorrer el mismo proceso, e igual pasaría con las plantas. Pero solo hay algo cierto : el torrencial río se precipita hacia el océano, y todas las gotas que componen la corriente llegarán en su debido momento al océano infinito. Así que en esta vida, con todas sus desgracias, pesares, goces, sonrisas y llantos, algo es seguro : todo se precipita hacia su meta, y es solo cuestión de tiempo que nosotros, plantas, animales y toda partícula de vida existente alcancemos el infinito océano de la perfección, alcancemos la libertad, alcancemos a Dios.
Permitidme reiterar una vez más que la posición védica no es ni optimista ni pesimista. No afirma que este mundo sea por completo bueno ni malo. Afirma que nuestro mal no es menos importante que nuestro bien, y que nuestro bien no es más importante que nuestro mal. Ambos van juntos. Así es el mundo, y siendo consciente de ello uno trabaja con paciencia. ¿Para qué? ¿Por qué deberíamos trabajar? Si esta es la situación , ¿qué podemos hacer?, ¿por qué no adoptar una postura agnóstica? Los agnósticos modernos también saben que no hay solución a este problema, que no hay forma de escapar a este mal de Maya, como decimos en nuestra lengua, por lo que nos animan a sentirnos satisfechos y a vivir la vida. Esto es, de nuevo, un error, un gravísimo error, el más ilógico de los errores, y esta es la explicación : ¿qué se entiende por vida? ¿Por vida se entiende exclusivamente el mundo de los sentidos? A este respecto, cada uno de nosotros difiere solo ligeramente de los ignorantes. Estoy seguro de que entre todos cuantos estamos aquí no se encuentra nadie cuya vida resida solo en los sentidos. Esta vida presente significa, por lo tanto, algo más que eso. Nuestros sentimientos, pensamientos y aspiraciones forman también parte de nuestras vidas, ¿y acaso no es la lucha hacia el ideal de la perfección uno de los componentes más importantes de lo que llamamos vida? Según los agnósticos debemos disfrutar la vida tal y como es, pero esta vida supone ante todo esta búsqueda del ideal ; la esencia de la vida es avanzar hacia la perfección. Debemos tener esta esencia y no podemos ser, por consiguiente, agnósticos ni tratar el mundo tal como se nos presenta. La posición agnóstica afirma que todo lo que existe es esta vida, sin el componente ideal. Y eso, reivindican los agnósticos, es inalcanzable, por lo que debemos renunciar a la búsqueda. Esto es lo que llamamos Maya : esta naturaleza, este universo.
Todas las religiones constituyen en mayor o menor medida intentos de ir más allá de la naturaleza, ya sea la más cruda o la más desarrollada, ya sea expresada, bien mediante la mitología o la simbología ; bien mediante historias de dioses, de ángeles o de demonios ; bien mediante historias de santos, de visionarios, de grandes hombres o de profetas ; o bien mediante abstracciones filosóficas. Todas comparten el mismo objetivo, todas intentan trascender sus limitaciones. En pocas palabras, luchan por alcanzar la libertad. El ser humano siente consciente o inconscientemente que está atado, que no es lo que quiere ser, algo que se le enseñó desde el mismo momento en que comenzó a observar lo que le rodeaba. En el mismo momento en que aprendió que estaba atado, descubrió también algo en él que quería echar a volar, llegar a donde el cuerpo no puede, pero que se encontraba aún atado por esta limitación. Este factor común, el de la libertad, se encuentra incluso en el nivel ínfimo de las ideas religiosas, en el que se adora a los ancestros fallecidos y a otros espíritus que, por lo general, son violentos y crueles y se encuentran al acecho de la casa de sus amigos, sedientos de sangre y de aguardiente. Quien desea adorar a los dioses ve en ellos, por encima de todo, una libertad mayor que aquella de la que él dispone. Piensa que los dioses pueden pasar a través de una puerta cerrada, y que las paredes no son barreras para ellos. Esta idea de libertad aumenta hasta convertirse en la idea de un Dios personal, cuyo concepto clave es que Él es un ser más allá de las limitaciones de la naturaleza, de Maya. Digamos que veo que, en algunos de esos lugares retirados en el bosque, los antiguos sabios de la India debaten sobre esta cuestión, y que en medio de uno de estos debates, en el que incluso los más ancianos y los más santos fracasan en el intento de hallar soluciones, un joven hombre se levanta y dice : « ¡Escuchad, hijos de la inmortalidad. Escuchad, los que vivís en los lugares más elevados. He encontrado el camino : conociendo a aquel que está más allá de las tinieblas, podemos vencer la muerte! ».
Este Maya está en todas partes. Es terrible. Aun así, tenemos que trabajar a través de él. Quien afirma que trabajará cuando el mundo sea bueno por completo —y disfrutará, entonces, de la felicidad— tiene la misma probabilidad de éxito que quien se sienta a orillas del Ganges y dice : « Vadearé el río cuando toda el agua haya llegado al océano ». La lucha no es junto a Maya, sino contra él. Este es otro hecho que hay que aprender. No hemos nacido como discípulos de la naturaleza, sino como sus competidores. Somos los amos a quienes se debe, pero nos atamos nosotros mismos. ¿Por qué está esta casa aquí? No la construyó la naturaleza. La naturaleza dice : « Ve y vive en el bosque ». El ser humano dice : « Construiré una casa y lucharé contra la naturaleza », y así lo hace. La historia de la humanidad al completo es una lucha constante contra las denominadas leyes de la naturaleza, y al final vence el ser humano. En lo que al mundo interno se refiere, también en este se desarrolla la misma lucha, la lucha entre el humano animal y el humano espiritual, entre la luz y las tinieblas, y también aquí el ser humano resulta vencedor. Por así decirlo, desvincula su vida de la naturaleza hacia la libertad.
Observamos, por lo tanto, que más allá de este Maya los filósofos védicos encuentran algo que no está limitado por este, y si podemos llegar hasta allí, no estaremos atados por Maya. Todas las religiones comparten de una manera u otra esta idea. No obstante, esta es para la Vedanta no el final de la religión, sino el comienzo. La idea de un Dios personal, de un gobernador o creador del universo —como se ha denominado, el gobernador de Maya, de la naturaleza— no es el final de estas ideas védicas, sino solo el comienzo. La idea crece y crece hasta que el védico descubre que aquel que, según creía, estaba en el exterior, es él mismo, y está en realidad en su interior. Él es aquel que es libre, pero creyó que estaba atado por las limitaciones.