La necesidad de la religión

Capítulo I: La necesidad de la religión #

Londres

De entre todas las fuerzas que han contribuido y aún contribuyen a moldear el destino de la raza humana, sin duda alguna, ninguna es más poderosa que la manifestación que llamamos religión. Todas las organizaciones sociales tienen como origen, en algún punto, el funcionamiento de esta peculiar fuerza y de tal fuerza, deriva el mayor de los impulsos cohesivos que jamás ha entrado en juego entre asociaciones humanas. Es obvio para todos nosotros que en muchas ocasiones los lazos religiosos han demostrado ser más fuertes que los raciales, los de entorno o incluso los de parentesco. Es un hecho conocido que fieles de un mismo dios, creyentes de una misma religión, se han apoyado mutuamente con mucha mayor resistencia y lealtad que personas que simplemente proceden del mismo linaje, incluso en el caso de hermanos. Se han producido varios intentos de localizar los orígenes de la religión. Todas las religiones antiguas que han llegado a nosotros al día de hoy, reivindican su condición de sobrenaturales : su génesis no tiene lugar, por así decirlo, en el cerebro humano, sino en alguna otra parte fuera de este.

Dos teorías han ganado la aceptación de los eruditos modernos. Una de ellas es la teoría espiritual de la religión ; la otra es la evolución de la idea de lo infinito. Unos sostienen que el origen de las ideas religiosas reside en el culto ancestral ; otros sostienen que la religión tiene sus orígenes en la personificación de los poderes de la naturaleza. El hombre quiere mantener viva la memoria de sus parientes muertos que, según cree, continúan viviendo incluso cuando el cuerpo ha muerto, y quiere colocar comida para ellos y, en cierto modo, adorarlos. De aquí proviene lo que llamamos religión.

El estudio de las religiones antiguas de egipcios, babilonios, chinos y muchas otras razas de América y de otras partes del mundo, revela claros indicios de este culto ancestral como el origen de la religión. Para los antiguos egipcios, la primera idea del alma fue la de ésta como doble : todo cuerpo humano contenía en su interior otro ser muy parecido a él, y cuando un hombre moría, este doble salía del cuerpo y continuaba viviendo. Sin embargo, la vida del doble se prolongaba solo mientras el cuerpo inerte permaneciese intacto, y de ahí que encontremos entre los antiguos egipcios tanta diligencia por conservar el cadáver en perfecto estado, y la razón por la que construyeron aquellas enormes pirámides en las que preservaban los cuerpos. Así, si una parte del cuerpo sufría algún daño, el doble sufriría a su vez el daño correspondiente. Nos hallamos frente a un claro caso de culto ancestral. En el caso de los antiguos babilonios encontramos la misma idea de doble, pero con una variación : el doble perdía toda noción de sentimiento ; conseguirles comida y bebida, y ayudarlos de varias maneras asustaba a los vivientes. Perdía incluso todo sentimiento por sus propios hijos y esposa. También, en el caso de los antiguos hindúes encontramos vestigios de este culto ancestral. En el caso de los chinos, también puede decirse que la base de su religión es el culto ancestral, el cuál continúa impregnando a lo largo y a lo ancho el vasto país. De hecho, se puede realmente decir que la única religión que florece en China es la del culto ancestral. Por lo tanto, parece que aquellos que sostienen la teoría del culto ancestral como el origen de la religión se encuentran bien posicionados.

Por otra parte, hay eruditos que desde la antigua literatura aria muestran que la religión tuvo sus orígenes en el culto a la naturaleza. Si bien en India encontramos por todas partes indicios del culto ancestral, en los documentos más antiguos no hay huella alguna de ello. En el Rigveda Samhita, el documento más antiguo de la raza aria, no encontramos registro alguno. Los eruditos modernos creen más bien encontrar en él el culto a la naturaleza. La mente humana parece esforzarse por echar un vistazo más allá del paisaje. El amanecer, el atardecer, el huracán, las extraordinarias y colosales fuerzas de la naturaleza, sus atractivos ; han ejercido la mente humana, que aspira a ir más allá para comprender algo acerca de ellos. En este esfuerzo, la mente humana dota atributos personales a estos fenómenos, les atribuye almas y cuerpos, en ocasiones hermosos, en otras trascendentales. Toda tentativa culmina en la conversión de estos fenómenos en abstracciones, sean estas personalizadas o no. Esto se manifiesta también en el caso de los antiguos griegos, cuya mitología consiste, en su totalidad, en la mera abstracción del culto a la naturaleza. Así ocurre también en el caso de los antiguos germanos, escandinavos y en el resto de las razas arias. Por lo tanto, la perspectiva de que la religión tiene su origen en la personificación de los poderes de la naturaleza también cuenta con argumentos sólidos.

Estos dos puntos de vista, si bien parecen contradictorios, pueden reconciliarse en un tercer fundamento que es, en mi opinión, el auténtico germen de la religión, y que propongo denominar la lucha por trascender las limitaciones de los sentidos. Ya sea que el hombre va al encuentro de los espíritus de los ancestros, de los difuntos ; es decir, que quiera hacerse una idea de lo que hay una vez que el cuerpo ha muerto, o bien, que pretenda entender la fuerza que se esconde detrás de los extraordinarios fenómenos de la naturaleza. Sea cual sea el caso, algo es seguro : el hombre intenta trascender las limitaciones de los sentidos. No se da por satisfecho con ellos ; quiere ir más allá. La explicación no ha de ser necesariamente misteriosa. Me parece lógico que el primer atisbo de religión tenga como origen los sueños. Bien puede ser que el hombre conciba la primera idea de inmortalidad a través de los sueños. ¿Acaso no es este un estado de lo más maravilloso? Además se sabe que los niños y las mentes iletradas no encuentran casi diferencia alguna entre el estado de sueño y el de vigilia ¿Qué podría ser más natural que el hecho de que a ellos les parezca lógico que cuando sueñan y el cuerpo está aparentemente muerto la mente continúa con todo su complejo funcionamiento? ¿Qué hay de sorprendente en el hecho de que los hombres lleguen a su vez a la conclusión de que cuando el cuerpo muere para siempre el mismo funcionamiento continuará? Esto sería en mi opinión una explicación más natural de lo sobrenatural, y a través de esta idea de sueño la mente humana alcanza concepciones cada vez superiores. Por supuesto, con el tiempo, la vasta mayoría de la humanidad descubriría que su estado de vigilia no constataba sus sueños, y que durante el sueño el hombre no experimenta una nueva existencia, sino que simplemente recapitula las experiencias del estado de vigilia.

Sin embargo, para entonces la búsqueda ya había comenzado, una búsqueda hacia el interior ; el hombre árido continuó indagando con mayor profundidad los diferentes estados de la mente y descubrió estados superiores diferentes al estado de vigilia o al del sueño. Encontramos este estado de las cosas en todas las religiones organizadas del mundo, ya lo llamen éxtasis, ya lo llamen inspiración. En todas las religiones organizadas, sus fundadores, profetas y mensajeros han asegurado experimentar estados de la mente, diferentes del estado de vigilia y del estado de sueño, en los que se encontraron, frente a frente, con una nueva serie de hechos relacionados con lo que se conoce como el reino espiritual. En estos estados constataban realidades de una manera mucho más intensa de lo que percibimos las realidades de nuestro entorno en el estado de vigilia. Tomemos por ejemplo las religiones de los brahmanes. Se dice que los Vedas fueron escritos por los rishis, sabios que constataron ciertas realidades. La definición exacta de la palabra sánscrita *rishi *es vidente de mantras ; es decir, de los pensamientos transmitidos en los himnos védicos. Estos hombres afirmaron haber constatado, percibido, si es que esta palabra puede utilizarse en lo relativo a lo ultrasensible, ciertas realidades que procedieron a recoger por escrito. Encontramos la misma realidad declarada tanto en el caso de los judíos como en el caso de los cristianos.

Se podrían hacer algunas excepciones en el caso de los budistas del sur. Se preguntará : si los budistas no creen en ningún dios o espíritu, ¿cómo puede su religión derivarse del estado ultrasensible de la existencia? La respuesta es que incluso los budistas cuentan con una ley moral eterna, y esta ley moral eterna no fue razonada tal y como concebimos nosotros esta actividad, sino que Buda la encontró, la descubrió en un estado ultrasensible. Todo aquel que haya estudiado la vida de Buda, incluso como se resume brevemente en aquel hermoso poema, La Luz de Asia, recordará que Buda se representa sentado bajo el árbol de Bodhi hasta alcanzar tal estado ultrasensible de la mente. Es de aquí de donde provienen todas sus enseñanzas, y no de reflexiones intelectuales.

Por lo tanto, todas las religiones hacen la misma formidable declaración : la mente humana, en ciertos momentos, trasciende no solo las limitaciones de los sentidos, sino también la capacidad de razonamiento. Entonces, se encuentra cara a cara con realidades que nunca podría haber percibido, que nunca podría haber razonado. Estas realidades constituyen el fundamento de todas las religiones del mundo. Tenemos por supuesto el derecho de cuestionar estas realidades, de someterlas al examen de la razón. Sin embargo, todas las religiones existentes en el mundo reivindican este peculiar poder de la mente humana, de trascender los límites de los sentidos y de la razón ; y lo presentan como una declaración de hecho.

Además de la consideración de la pregunta de hasta qué punto estas realidades reivindicadas por las religiones son ciertas, encontramos una característica común a todas ellas. Se trata de abstracciones en contraposición a los descubrimientos concretos, por ejemplo de la física ; y además, todas las religiones altamente organizadas adoptan la forma más pura de unidad abstracta, ya sea en forma de presencia abstracta, de ser omnipresente, de personalidad abstracta omnipresente llamada Dios, de ley moral o de esencia abstracta subyacente a toda existencia. También en tiempos modernos, los intentos de predicar religiones sin apelar al estado ultrasensible de la mente tuvieron que remontarse a las viejas abstracciones de los antiguos y otorgarles nombres diferentes como ley moral, la unidad ideal etc., demostrando por lo tanto que estas abstracciones no residen en los sentidos. Ninguno de nosotros ha visto aún un Ser Humano Ideal, y aún se nos insta a creer en él. Ninguno de nosotros ha visto aún un hombre idealmente perfecto, y aún no podemos progresar sin ese ideal. Por lo tanto, entre todas estas diferentes religiones destaca la existencia de una unidad ideal de abstracción, que se nos presenta ya en forma de persona, de ser impersonal, de ley, de presencia, o de esencia. Siempre luchamos por elevarnos hacia ese ideal. Todo ser humano, sea quien sea, se encuentre donde se encuentre, tiene un ideal de poder infinito. Todo ser humano tiene un ideal de placer infinito. La mayoría de los trabajos que encontramos a nuestro alrededor, la mayoría de las actividades desarrolladas en cualquier parte se deben a la lucha por este poder o por este placer infinitos. Sin embargo, unos pocos se percatan rápidamente de que si bien luchan por el poder infinito, este no se puede alcanzar a través de los sentidos. Descubren muy pronto que el placer infinito no puede ser alcanzado a través de los sentidos o, en otras palabras, que los sentidos están demasiado limitados, y que el cuerpo está demasiado limitado para expresar lo infinito. Manifestar lo infinito a través de lo finito es imposible, y tarde o temprano el hombre aprende a desistir en el intento. Este abandono, esta renuncia al intento, constituye el trasfondo de la ética. La renuncia es el mismísimo fundamento sobre el que la ética reposa. Nunca se predicó un código ético que no tuviese la renuncia como principio.

La ética siempre dice : No yo, sino tú. Su lema es No yo, sino el otro. Las leyes de la ética afirman que las ideas estériles de individualismo, a las que el hombre se aferra al intentar encontrar ese poder o ese placer infinitos a través de los sentidos, han de dejarse a un lado. Uno tiene que colocarse a sí mismo en último lugar, y a los otros por delante. Los sentidos dicen : Yo primero. La ética dice : Debo mantenerme el último. Por lo tanto, todo código ético se basa en esta renuncia ; destrucción, no construcción, del individuo en la esfera material. Nunca podrá expresarse ese infinito sobre la esfera material ; pues no es posible ni imaginable.

Por lo tanto, el hombre ha de abandonar la esfera de lo material y elevarse hacia otras esferas a la búsqueda de expresiones más profundas de ese infinito. De esta manera se modelan las diversas leyes éticas, pero todas comparten la idea central de abnegación eterna. La completa auto-aniquilación es el ideal de la ética. La gente se sorprende cuando se les pide que renuncien a su individualidad. Parecen aterrados ante la idea de perder lo que llaman individualidad. Al mismo tiempo, estas mismas personas se declararían a favor de los ideales mayores de la ética, sin reparar en ningún momento en que, el objetivo, la meta, la idea de toda ética es la destrucción y no la construcción del individuo.

Se ha dicho que prestar demasiada atención a los asuntos espirituales perturba nuestras relaciones prácticas en este mundo. Desde los tiempos del sabio chino Confucio se decía : Ocupémonos de este mundo, y cuando hayamos acabado con él, ocupémonos del otro mundo. Es muy positivo que nos ocupemos de este mundo ; pero si bien demasiada atención a los asuntos espirituales puede afectar en algo nuestras relaciones prácticas, demasiada atención a lo que se conoce como práctico nos perjudica ahora y en lo sucesivo. Nos hace materialistas. El hombre no ha de tener como meta la naturaleza, sino algo más allá de la misma.

El hombre es hombre mientras luche por elevarse por encima de la naturaleza, siendo esta naturaleza tanto interna como externa. Esta abarca no solo las leyes que gobiernan las partículas de lo material dentro y fuera de nuestro cuerpo, sino también la sutil naturaleza que ello entraña, que es, de hecho, el poder motor que gobierna lo externo. Es grandioso conquistar la naturaleza externa, pero más grandioso es aún conquistar nuestra naturaleza interna. Es grandioso conocer las leyes que gobiernan las estrellas y los planetas ; pero es infinitamente más grandioso conocer las leyes que gobiernan las pasiones, los sentimientos, la voluntad de la humanidad. Esta conquista del hombre interior, entender los secretos de los sutiles mecanismos que se producen en el interior de la mente humana y conocer sus maravillosos secretos, corresponde exclusivamente a la religión. La naturaleza humana (me refiero a la naturaleza ordinaria), desea constatar grandes hechos materiales. El hombre ordinario no puede comprender lo sutil. Se ha dicho con razón que las masas admiran al león que mata a mil corderos, sin reparar en ningún momento en que esto significa la muerte para los corderos, si bien es un triunfo momentáneo del león ; pues solo encuentran placer en las manifestaciones de fuerza física. Por lo tanto, así ocurre con el género ordinario de la humanidad. Estos hombres entienden y perciben placer en todo lo externo. Sin embargo, existe en toda sociedad un sector cuyos placeres no residen en los sentidos, sino más allá, y que a menudo atisban algo por encima de lo material y luchan por alcanzarlo. Si leemos entre líneas la historia de las naciones, nos percataremos siempre de que el surgimiento de una nación está ligado a un incremento en el número de hombres de este tipo ; y su caída comienza cuando la búsqueda de lo infinito, por vana que la consideren los utilitaristas, ha cesado. Esto ilustra que el motivo principal de la fuerza de toda raza reside en su espiritualidad, y la muerte de tal raza comienza en el momento en el que la espiritualidad se desvanece y el materialismo gana terreno.

Por lo tanto, aparte de las sólidas realidades y verdades que podemos aprender de la religión, aparte del consuelo que podemos obtener de ella, la religión como ciencia, como estudio, es el más sano y grandioso ejercicio de la mente humana. Esta búsqueda de lo infinito, esta lucha por alcanzarlo, este esfuerzo por ir más allá de las limitaciones de los sentidos, más allá de lo material, por así decirlo, y de evolucionar en hombre espiritual, esta lucha constante por hacer de lo infinitito y de nuestro propio ser uno solo, esta batalla es, en sí misma, la más grandiosa y gloriosa que el hombre puede librar. Algunas personas encuentran el placer máximo en la comida. No tenemos derecho a decir que esto no deba ser así. Otras encuentran el mayor placer en la posesión de ciertos objetos. No tenemos derecho a decir que esto no deba ser así ; pero tampoco ellos tienen derecho a decir no al hombre que encuentra el mayor placer en el pensamiento espiritual. A menor organización, mayor placer se encuentra en los sentidos. Muy pocos hombres pueden comer con el mismo deleite que un perro o un lobo. No obstante los placeres experimentados por el perro y el lobo se han esfumado, por así decirlo, con los sentidos. El último escalafón del género humano de todas las naciones encuentra el placer en los sentidos, mientras que las personas cultas y formadas lo encuentran en el pensamiento, en la filosofía, en el arte y en la ciencia. La espiritualidad se sitúa en una esfera aún más elevada. Al ser el sujeto infinito, esta esfera está por encima de todas, y el placer ahí, es máximo para todos aquellos capaces de apreciarlo. En consecuencia, incluso en terreno utilitarista, donde el hombre ha de buscar el placer, debe cultivar el pensamiento religioso, puesto que se trata del mayor placer existente. Por lo tanto, reivindico la religión, en calidad de estudio, como absolutamente necesaria.

Podemos constatarlo en sus efectos. Se trata del mayor poder motor de la mente humana. Ningún otro ideal puede generar en nuestro interior semejante masa de energía como genera lo espiritual. Es obvio para todos nosotros que este ha sido el caso a lo largo de toda la historia de la humanidad, y que sus poderes no están muertos. No niego que los hombres, ciñéndose exclusivamente a fundamentos utilitaristas, puedan ser muy buenos y morales. En este mundo ha habido muchos grandes hombres completamente sanos, buenos y morales que se han basado en meros fundamentos utilitarios ; pero los hombres que impulsan el cambio en el mundo, los que traen, por así decirlo, una masa de magnetismo consigo, cuyos espíritus calan en otros cientos y miles, cuyas vidas prenden otras con el fuego espiritual, resultan siempre contar con un trasfondo espiritual. Su fuerza motora provenía de la religión. La religión es la mayor fuerza motora para comprender que la energía infinita es el derecho de nacimiento y la naturaleza de todo ser humano. Desarrollando la actitud de permitir todo lo que es bueno y grandioso, trayendo la paz a los demás y a uno mismo, la religión es la mayor fuerza motora y, por lo tanto, debe estudiarse desde esta perspectiva. Se debe estudiar la religión desde una perspectiva más amplia que anteriormente. Toda idea sesgada y combativa de la religión debe eliminarse. Toda idea sectaria, tribal o nacional de la religión debe abandonarse. El hecho de que cada tribu o nación tenga un dios particular y crea que todos los demás están equivocados es una superstición que ha de pertenecer al pasado. Todas estas ideas deben dejarse a un lado.

A medida que la mente humana se abre, se abren también sus actitudes espirituales. Ha llegado un momento en que un hombre no puede registrar un pensamiento sin que este alcance las cuatro esquinas del planeta ; por meros medios físicos, hemos entrado en contacto con el mundo entero, por lo que las futuras religiones del mundo han de ser universales.

Los ideales religiosos del futuro deben abarcar todo aquello bueno y grandioso existente en el mundo, y, al mismo tiempo, contar con un objetivo infinito consistente en el desarrollo futuro. Deben preservarse todas las cosas buenas del pasado ; al tiempo que la puerta debe permanecer abierta a futuras aportaciones al bagaje existente hasta el momento. Las religiones también deben ser inclusivas y no mirar con desprecio a las demás por el hecho de que sus ideas de Dios sean diferentes. A lo largo de mi vida he visto a muchos hombres espirituales, a muchos hombres razonables que no creían en absoluto en Dios, al menos tal y como entendemos este concepto. Tal vez, estas personas entendieron mejor el concepto de Dios de lo que nosotros jamás podríamos hacerlo. La idea personal de Dios, o de impersonal, de lo infinito, de la ley moral o del hombre ideal han de reunirse bajo la definición de religión. Así cuando las religiones se hayan abierto de esta forma, su poder para hacer el bien se habrá multiplicado por cien. Las religiones, que contienen un enorme poder en sí, han hecho a menudo más daño que bien al mundo, solo por culpa de sus estrecheces y limitaciones.

Incluso en nuestros tiempos hay sectas y organizaciones que, prácticamente con las mismas ideas, se enfrentan mutuamente por no querer exponer tales ideas exactamente de la misma forma que la otra. Por lo tanto, las religiones han de evolucionar hacia el aperturismo. Las ideas religiosas deberán llegar a ser universales, vastas e infinitas ; y solo entonces jugarán un papel pleno, puesto que su poder tan solo ha comenzado a manifestarse en el mundo. Se dice a veces que las religiones, las ideas espirituales se están extinguiendo del mundo. Yo creo que tan solo han comenzado a desarrollarse. El poder de la religión, ampliado y purificado, impregnará cada aspecto de la vida humana. Mientras que la religión estuvo en manos de unos pocos elegidos o de un grupo de sacerdotes, estuvo en templos, iglesias, libros, dogmas, ceremonias, formas, rituales ; pero cuando alcancemos el concepto real, espiritual y universal, entonces y solo entonces, la religión será real y viva, llegará a nuestra misma naturaleza, vivirá en nuestros propios movimientos, penetrará cada poro de la sociedad, y constituirá infinitamente más una herramienta para el bien de lo que jamás ha constituido.

Lo que se necesita es un sentimiento de fraternidad entre diferentes religiones, dado que todas ellas se mantienen o bien, caen juntas ; un sentimiento de fraternidad que nazca de la estima y el respeto mutuos y no de la expresión de buena voluntad, condescendiente, paternalista y mezquina, por desgracia ,tan de moda en nuestros tiempos. Y por encima de todo, esto es necesario entre los tipos de expresiones religiosas que provienen del estudio de los fenómenos mentales, y que por desgracia, incluso ahora reivindican exclusivamente para sí el nombre de religión, y entre aquellas expresiones de la religión cuyas cabezas, por así decirlo, penetran más en los secretos del cielo, si bien sus pies se aferran a la Tierra. Me refiero a las conocidas como ciencias materiales.

Para lograr esta armonía ambas partes tendrán que hacer concesiones, a veces significativas, incluso dolorosas, pero cada una de ellas se encontrará más dispuesta al sacrificio y más próximo a la verdad. Al final, el conocimiento encerrado en el dominio del tiempo y del espacio se reunirá y se convertirá en uno, solo con aquello que está más allá de ambos, donde la mente y los sentidos no pueden llegar : lo absoluto, lo infinito, lo único sin un segundo.

Los estándares utilitaristas no pueden explicar las relaciones éticas entre hombres puesto que, en primer lugar, no podemos derivar ley ética alguna a partir de consideraciones utilitaristas. Sin la denominada sanción sobrenatural, o sin la percepción del superconsciente, como yo prefiero denominarlo, no hay ética posible. Sin la lucha hacia lo infinito no hay ideal posible. Todo sistema que pretenda atar al hombre a las limitaciones de su propia sociedad es incapaz de explicar las leyes éticas de la humanidad. Los utilitaristas quieren que abandonemos la lucha hacia lo infinito, hacia lo ultrasensible, pues lo consideran impracticable y absurdo y, en el mismo contexto, nos piden actuar de manera ética y hacer el bien en la sociedad. ¿Por qué deberíamos hacer el bien? Hacer el bien es una consideración secundaria. Debemos tener un ideal. La ética en sí misma no es el final, sino el camino hacia el final. Si no supone el final, ¿por qué deberíamos actuar de manera ética?, ¿por qué deberíamos hacer el bien a otros hombres y no hacerles daño? Si la felicidad es la meta de la humanidad, ¿por qué no debería preocuparme por mi propia felicidad y hacer infelices a los demás?, ¿qué me lo impide? En segundo lugar, los fundamentos de la utilidad son demasiado limitados. Todos los métodos y formas sociales actuales se derivan de la sociedad tal y como esta existe, pero, ¿qué derecho tiene el utilitarismo a dar por hecho que la sociedad es eterna? La sociedad no existía años atrás ; probablemente tampoco existirá en el futuro. Lo más probable es que esta sea una de las etapas de transición a través de las cual evolucionamos, y ninguna ley que se derive exclusivamente de la sociedad puede ser eterna, no puede abarcar todo el terreno de la naturaleza humana. Por lo tanto, como mucho, las teorías utilitaristas pueden funcionar solo bajo condiciones sociales actuales. Más allá, carecen de valor. Por el contrario, un código moral y ético derivado de la religión y de la espiritualidad contempla la totalidad del hombre infinito como objetivo. Trata al individuo, pero sus relaciones alcanzan lo infinito, y también se ocupa de la sociedad, porque la sociedad no es sino un gran número de tales individuos agrupados ; y como se aplica al individuo y a sus eternas relaciones, ha de aplicarse necesariamente al conjunto de la sociedad, en cualquier condición y en cualquier momento. Así, comprobamos que siempre existe la necesidad de la religión espiritual para la humanidad. El hombre no puede pensar siempre en lo material, por muy placentero que sea.