Capítulo V: Cualidades del Aspirante y del Maestro #
Entonces, ¿cómo reconocemos al maestro? El sol no necesita antorcha alguna para hacerse visible y nosotros no necesitamos encender una vela para verlo. Cuando el sol se alza, lo sabemos de forma instintiva y, así, cuando un instructor de hombres venga a ayudarnos, el alma reconocerá instintivamente que la verdad ya ha comenzado a brillar sobre ella. La verdad se sustenta en su propia evidencia, no necesita ningún otro testimonio para demostrar que es cierta, ya que es refulgente. Penetra en los más íntimos rincones de nuestra naturaleza y, en su presencia, todo el universo se pone en pie y dice: «Esto es la verdad». Los maestros cuya sabiduría y veracidad brillan como la luz del sol son los más grandes que el mundo ha conocido y la mayor parte de la humanidad los adora como a Dios. Aunque también pueden ayudarnos otros comparativamente menos grandes, solo que no tenemos suficiente intuición para reconocer al hombre que nos instruye y dirige. Por ello, igual que existen para el discípulo, deben existir ciertas pruebas, ciertas condiciones que el maestro deberá cumplir.
Las condiciones necesarias para el discípulo son pureza, verdadera sed de conocimiento y perseverancia. Ningún alma impura puede ser realmente religiosa, pues la pureza de pensamiento, palabra y acción es absolutamente necesaria para ser religioso. En cuanto a la sed de conocimiento, una antigua ley dice que todos nosotros logramos lo que queremos alcanzar. Ninguno puede conseguir cosa alguna que no haya puesto en su corazón. Tener ansias de religión no es para nada tan fácil como habitualmente nos imaginamos, sino que es, ciertamente, algo muy difícil de lograr. Escuchar charlas religiosas, o leer libros religiosos no constituye una prueba de que en el corazón se albergue un verdadero deseo; debe haber una lucha continua, una batalla constante, un forcejeo infatigable con nuestra naturaleza inferior, hasta que se sienta ese deseo elevado y se logre la victoria. No es cuestión de uno o dos días, de años o de vidas; puede ser que la lucha deba durar cientos de vidas. Algunas veces, el éxito puede llegar inmediatamente, pero debemos estar preparados para esperar con paciencia, incluso durante un tiempo que pueda parecernos infinito. El discípulo que se dedica con este espíritu de perseverancia terminará por alcanzar el éxito y la realización.
Respecto al maestro, debemos estar seguros de que conoce el espíritu de las escrituras. El mundo entero lee Biblias, Vedas y Coranes, pero estos no son más que palabras, sintaxis, etimología, filología, huesos secos de la religión. El maestro que se ocupa en exceso de las palabras y permite que su mente sea arrastrada por la fuerza de las mismas pierde el espíritu. Tan solo el conocimiento del espíritu de las escrituras hace al verdadero maestro religioso. La red de palabras de las escrituras es como un bosque inmenso en el que, a menudo, se pierde la mente humana sin poder encontrar la salida.
शब्दजालं महारण्यं चित्तभ्रमणकारणम्।
«La red de palabras es como un bosque inmenso; es la causa de ese curioso vagabundeo de la mente […]. Los diferentes métodos de unir palabras, los diferentes métodos de hablar en un leguaje hermoso y los diferentes métodos de explicar la dicción de las escrituras no existen más que para las disputas y el disfrute de los eruditos; no conducen al desarrollo de la percepción espiritual»
वाग्वैखरी शब्दझरी शास्त्रव्याख्यानकौशलम्। वैदुष्यं विदुषां तद्वद् भुक्तयॆ न तु मुक्तये॥
«Aquellos que emplean tales métodos para impartir religión a otros, tan solo están deseosos de ostentar su instrucción para que el mundo los alabe como grandes eruditos»
Veréis que ninguno de los grandes maestros del mundo se ha ocupado jamás de dar diferentes explicaciones de los textos; ellos no han intentado «torturar a los textos», no se han dedicado a esos juegos interminables sobre el significado de las palabras y sus orígenes. Sin embargo, han enseñado noblemente, mientras que otros que nada tienen que enseñar han tomado algunas veces una palabra y han escrito tres volúmenes sobre su origen, el hombre que la utilizó por primera vez, lo que comía este hombre, cuánto dormía, etc.
Bhavagân Ramakrishna solía contar la historia de unos hombres que, habiendo entrado en un huerto de mangos, se dedicaron a contar las hojas, los brotes y las ramas, a examinar el color, a comparar el tamaño y a anotar cada característica con el mayor cuidado. A continuación, tuvieron una erudita discusión sobre cada una de estas características que, sin duda, eran muy interesantes para ellos. Pero uno de ellos, más sensato que sus compañeros, no se preocupó de todas esas cosas y comenzó a comer mangos. ¿Y él no era sabio? Así pues, dejad para otros el contar las hojas y las ramas y las tomas de notas. Ese tipo de trabajo tiene su propio lugar, pero no en el dominio espiritual. Nunca veréis a un gran hombre espiritual entre esos «contadores de hojas». La religión, la más elevada meta, la mayor gloria del hombre, no requiere tanto trabajo. Si deseáis ser un bhakta, no tenéis ninguna necesidad de saber si Krishna nació en Mathurâ o en Vraja, lo que estaba haciendo, ni la fecha exacta en la cual pronunció las enseñanzas del Gitâ. Tan solo necesitáis sentir el anhelo por las hermosas lecciones del Gitâ sobre el deber y el amor. Todos los otros detalles sobre el texto y sobre su autor sirven solo para el disfrute de los eruditos. Dejemos que ellos tengan lo que desean. Decid «shântih, shântih»1 a sus eruditas controversias y «comed los mangos».
La segunda condición necesaria en el maestro es el no tener pecado. La cuestión se plantea a menudo: «¿Por qué deberíamos preocuparnos por el carácter y de la personalidad del maestro? Debemos juzgar solo lo que dice e interiorizarlo». Esto no es correcto. Si un hombre quiere enseñarme dinámica, química o cualquier otra ciencia física, podrá ser lo que quiera porque las ciencias físicas requieren una mera preparación intelectual, pero, desde el comienzo al fin, en las ciencias espirituales, es imposible que haya alguna luz espiritual en el alma que es impura. ¿Qué religión puede enseñar un hombre impuro? La condición sine qua non para adquirir la verdad espiritual para sí mismo, o para impartirla a los demás es la pureza de corazón y de alma. Una visión de Dios, o una vislumbre del más allá, nunca llegan antes de que el alma sea pura. Por consiguiente, en el maestro religioso, debemos ver primero lo que él es y, después, lo que dice. Debe ser absolutamente puro y solo entonces viene el valor de sus palabras, porque solo entonces es el verdadero «transmisor». ¿Qué podría transmitir si no tuviera poder espiritual él mismo? Debe haber una cierta vibración espiritual en la mente del maestro para que pueda ser misericordiosamente trasmitida a la mente del discípulo. La función del maestro es, ciertamente, una cuestión de transferencia de algo y no una mera estimulación de las facultades intelectuales o de otro tipo del discípulo. Algo real y ponderable como influencia pasa del maestro al discípulo. Por eso, el maestro debe ser puro.
La tercera condición es relativa al motivo. El maestro debe enseñar sin ningún objetivo egoísta: ni por dinero, ni por renombre, ni por fama. Su obra debe venir del amor, del más puro amor por toda la humanidad, pues el único medio por el que la fuerza espiritual puede ser transmitida es el amor. Todo motivo egoísta, como el deseo de ganancias o renombre, destruirá inmediatamente el medio de transmisión. Dios es amor y solo aquel que ha conocido a Dios como amor puede enseñar a los hombres la santidad y conducirlo a la realización de Dios.
Cuando veáis todas estas condiciones reunidas en vuestro maestro, estaréis seguros. Si no las posee, es arriesgado que permitáis que os enseñe, pues, si él no puede transmitir bondad a vuestro corazón, corréis el gran peligro de que le transmita maldad. Es necesario protegerse contra este peligro por todos los medios.
श्रोत्रियोऽवृजिनोऽकामहतो यो ब्रह्मवित्तमः
«Aquel que conoce las escrituras, que no tiene pecado ni mancha de lujuria y es el más grande conocedor de Brahman» es el verdadero maestro.
De todo lo dicho, naturalmente, se desprende que no podemos aprender a amar, apreciar y asimilar la religión en cualquier parte y de cualquiera. Las imágenes de «los libros en el curso de los arroyuelos, los sermones en las piedras y el bien en todas las cosas», son muy ciertas como figura poética, pero nada puede dar una sola pizca de verdad al hombre si este no tiene en sí el germen sin desarrollar. ¿A quién ofrecen sus sermones las piedras y los arroyuelos? Al alma humana, al loto cuyo santuario íntimo está ya palpitante de vida. Y la luz que produce la bella floración de este loto proviene siempre del maestro sabio y bueno. Cuando el corazón se ha abierto así, está preparado para recibir las lecciones de las piedras, de los arroyuelos, de las estrellas, del sol, de la luna, o de cualquier otra cosa que tenga su existencia en nuestro divino universo. Pero el corazón que todavía no se ha abierto, no verá en ellos más que simples piedras o simples arroyos. Un ciego puede visitar un museo, pero no sacará de ello ningún provecho, pues primero es necesario devolverle la vista; solo así podrá aprender lo que las cosas del museo pueden enseñarle.
Aquel que abre los ojos del aspirante religioso es el maestro. En consecuencia, tenemos con el maestro la misma relación que existe entre el ancestro y su descendiente. Sin fe, humildad, sumisión y veneración en nuestro corazón para con nuestro maestro religioso, no puede haber en nosotros ningún crecimiento religioso. Resulta significativo el hecho de que solo de ahí donde prevalece esta clase de relación entre maestro y discípulo están surgiendo gigantes espirituales; mientras que en los países que han descuidado mantener esta clase de relación, el maestro religioso ha devenido un mero enseñante, al esperar él el pago por su trabajo, esperar la persona a la que enseña que su cerebro se llene de las palabras del enseñante y a continuación irse cada uno por su camino una vez terminado el intercambio. En tales circunstancias, la espiritualidad es casi inexistente. No hay nadie para transmitirla ni nadie para recibirla. Con tales personas, la religión se convierte en un negocio, pues piensan que pueden obtenerla con dinero.¡Ojalá Dios quisiera que la religión pudiera obtenerse tan fácilmente! Pero, por desgracia, no se puede.
La religión, que es el conocimiento más elevado y la sabiduría más elevada, no puede comprarse ni puede adquirirse de los libros. Podréis registrar todos los rincones del mundo, podréis explorar el Himalaya, los Alpes y el Cáucaso, podréis sondear las profundidades del mar y husmear cada recoveco del Tíbet o del desierto de Gobi, pero no encontraréis la religión en ninguna parte hasta que vuestro corazón esté preparado para recibirla y vuestro maestro haya llegado. Y cuando llegue ese maestro señalado por Dios, servidle con la confianza y la sencillez de un niño, abrid vuestro corazón sin reservas a su influencia y ved en él a Dios manifestado. A aquellos que van en busca de la verdad con tal espíritu de amor y veneración, a ellos el Señor de la verdad les revela las cosas más maravillosas sobre la verdad, la bondad y la belleza.
Notes: #
N.d.T.: «Paz, paz». ↩︎