Capítulo I: La Renuncia Preparatoria #
Ahora hemos terminado las consideraciones sobre lo que debe llamarse bhakti preparatorio y nos adentramos en el estudio del parâ-bhakti o devoción suprema y tenemos que hablar de una preparación para la práctica de este para-bhakti. Todas estas preparaciones tienen como único fin la purificación del alma. La repetición de nombres, los rituales, las formas y los símbolos, todo esto es para conseguir la purificación del alma. El mayor purificador de todos, aquel sin el cual nadie puede entrar en las regiones de esta devoción superior (para-bhakti), es la renuncia. Esto asusta a muchos y, sin embargo, sin ella no puede haber ningún tipo de crecimiento espiritual. Esta renuncia es necesaria en todos nuestros yogas. Es el trampolín y el verdadero centro y corazón de toda la cultura espiritual. La renuncia es religión.
Cuando el alma humana se aparta de lo terrenal y trata de adentrarse en cosas más profundas; cuando el hombre, el espíritu que, de algún modo, se ha concretado y materializado, comprende que será destruido y reducido a casi mera materia y da la espalda a la materia, entonces comienzan la verdadera renuncia y el verdadero crecimiento espiritual. Para el karma-yogi, la renuncia tiene la forma del abandono de todos los frutos de su trabajo; no siente ningún apego por los resultados de su labor; no busca ninguna recompensa ni aquí ni en el más allá. El râja-yogi sabe que el objetivo de toda la naturaleza es que el alma adquiera experiencia y que el resultado de todas las experiencias del alma es que esta toma consciencia de su eterna separación de la naturaleza. El alma humana debe comprender y darse cuenta de que, durante toda la eternidad, ella ha sido espíritu y no materia y que su unión con la materia es y solo puede ser temporal. El râja-yogi aprende la lección de la renuncia a partir de su propia experiencia de la naturaleza. El jnâna-yogi pasa por la renuncia más ardua de todas, pues debe darse cuenta desde un principio de que toda esta naturaleza, de aspecto tan sólido, no es más que una ilusión. Debe comprender que todo lo que supone en la naturaleza algún tipo de manifestación de poder pertenece al alma y no a la naturaleza. Debe saber desde un principio que todo conocimiento y toda experiencia se encuentra en el alma y no en la naturaleza; así que, mediante la auténtica fuerza de la convicción racional, debe arrancarse cualquier unión a la naturaleza.¡Él permite que la naturaleza y todo lo que le pertenece se marche; deja desvanecer todo y trata de quedar solo!
De todas las renuncias, podría decirse que la más natural es la del bhakti-yogi. Aquí no hay ninguna violencia, nada que abandonar, nada que arrancar de nosotros mismos, nada de lo que debamos separarnos a la fuerza. La renuncia del bhakta es fácil, suave, fluida y tan natural como todo lo que nos rodea. A diario vemos a nuestro alrededor cómo se manifiesta, aunque más o menos de forma caricaturesca, esta clase de renuncia. Un hombre comienza a amar a una mujer; después de un tiempo, se enamora de otra y abandona a la primera. Esta abandona su mente poco a poco, suavemente, sin que él sienta en absoluto su ausencia. Una mujer ama a un hombre; más tarde comienza a amar a otro y el primero sale de su mente con total naturalidad. Un hombre ama su ciudad; luego aprende a querer a su patria y el intenso cariño que sentía por su pequeña ciudad desaparece gradual y naturalmente. Así, otro hombre aprende a amar al mundo entero y el amor por su patria, su patriotismo intenso y fanático se va sin hacerle daño y sin ninguna manifestación de violencia. El hombre sin cultura ama intensamente los placeres de los sentidos; pero, al adquirir cultura, comienza a apreciar los placeres intelectuales y los placeres de los sentidos disminuyen poco a poco. Ningún hombre puede saborear una comida con el mismo gusto o placer que un perro o un lobo, pero el perro nunca podrá disfrutar los placeres que un hombre obtiene de sus experiencias y éxitos intelectuales. Al principio, el placer está asociado a los sentidos más bajos, pero, tan pronto como el animal alcanza un plano de existencia más elevado, disminuye la intensidad de los placeres inferiores. En la sociedad humana, cuanto más cerca está el hombre del animal, más fuertes son sus placeres de los sentidos y, cuanto más elevado y culto es el hombre, mayor placer encuentra en la búsqueda intelectual y de otras cosas sutiles. De este modo, cuando el hombre se eleva por encima incluso del plano intelectual, por encima del mero pensamiento, cuando alcanza el plano de la espiritualidad y de la inspiración divina, encuentra allí un estado de dicha, comparado con el cual todos los placeres de los sentidos, o incluso del intelecto, no son nada. Cuando la luna brilla con fuerza, todas las estrellas palidecen y, cuando sale el sol, hasta la luna palidece. La renuncia necesaria para alcanzar el bhakti no se obtiene matando cosa alguna, sino que llega de forma natural, de la misma forma que, en presencia de una luz cada vez más fuerte, las luces menos intensas van palideciendo hasta desaparecer por completo. Así, el amor a Dios hace palidecer, aparta y relega a la sombra a los placeres de los sentidos y del intelecto.
Este amor crece y toma una forma llamada para-bhakti o devoción suprema. Entonces las formas se desvanecen, los ritos emprenden el vuelo, las escrituras son sustituidas; las imágenes, los templos, las iglesias, las religiones y las sectas, los países y las nacionalidades, todas estas pequeñas limitaciones y ligaduras caen por su propia naturaleza para aquel que conoce este amor de Dios. No queda nada que lo ate o trabe su libertad. Cuando, de repente, un barco se encuentra cerca de una roca magnética, todos los tornillos y las barras de hierro son atraídos y arrancados; entonces, los tablones quedan sueltos y flotan libremente en el agua. De este modo, la gracia divina afloja los tornillos y las barras del alma y esta se libera. Así en esta renuncia auxiliar de la devoción, no hay ninguna dureza, ni sequedad, ni lucha, ni represión, ni supresión. El bhakta no debe suprimir ninguna de sus emociones y solo debe esforzarse por intensificarlas y dirigirlas hacia Dios.