Capítulo V: El Amor Universal y Cómo Conduce a la Propia Entrega #
¿Cómo podemos amar el vyashti, lo particular, sin amar primero el samashti, lo universal? Dios es el samashti, el generalizado y abstracto todo universal; y el universo que nosotros vemos es el vyashti, la cosa particularizada. Solo es posible amar a todo el universo si se ama al samashti, lo universal, que es, en cierto modo, la unidad en la cual se pueden encontrar millones y millones de unidades más pequeñas. Los filósofos de la India no se detienen en los detalles, sino que echan una ojeada rápida e inmediatamente inician la búsqueda de las formas generalizadas que incluirán todos los detalles. La búsqueda del universal es la búsqueda a la que se entregan la religión y la filosofía de la India. El jnâni tiene como objetivo la totalidad de las cosas, el Ser único, absoluto y generalizado, al cual una vez se lo conoce, se conoce todo. El bhakta desea conocer esta generalizada persona abstracta, amando a quien Él ama: todo el universo. El yogi desea poseer esa forma generalizada de poder, controlando lo que Él controla: todo el universo. A lo largo de toda su historia, la mente india ha sido dirigida hacia este singular tipo de búsqueda de lo universal en todas las cosas, ya sea en la ciencia, en la psicología, en el amor, o en la filosofía. Así, el bhakta llega a la conclusión de que, si simplemente amamos una persona después de otra, podemos continuar amándolas durante un periodo infinito sin llegar en lo más mínimo a amar al mundo como un todo. No obstante, cuando finalmente se llega a la conclusión de que la suma total de todo amor es Dios, de que la suma total de las aspiraciones de todas las almas del universo, ya sean libres o no, o estén luchando por liberarse, es Dios, solo entonces puede aparecer el amor universal. Dios es el samashti y este universo visible es Dios diferenciado y hecho manifiesto. Si amamos esta suma total, lo amamos todo. Amar y hacer bien al mundo nos será fácil entonces. Debemos obtener este poder amando a Dios ante todo, de otro modo, no es ninguna broma hacer bien al mundo. El bhakta dice: «Todo es Suyo y Él es mi Amado; yo Lo amo». De este modo, todo deviene sagrado para el bhakta, pues todas las cosas son Suyas. Todo es Su cuerpo, Sus hijos, Su manifestación. ¿Cómo podríamos entonces herir a alguien? ¿Cómo podríamos entonces amar a alguien? Como efecto del amor a Dios, se desarrollará el amor a todo en el universo. A medida que nos acercamos a Dios, vamos viendo cada vez mejor que todas las cosas están en Él. Cuando el alma logra alcanzar la bendición de este amor supremo, comienza a verlo a Él en todas las cosas. Entonces, nuestro corazón se convierte en una eterna fuente de amor. Cuando alcanzamos los estados todavía más elevados de este amor, totas las pequeñas diferencias entre las cosas del mundo desaparecen por completo: ya no vemos al hombre como hombre, sino como Dios; ya no vemos al animal como animal, sino como Dios; incluso el tigre ya no es un tigre, sino una manifestación de Dios. Así, en este intenso estado del bhakti, se adora a todas las cosas, a toda vida, a todos los seres.
एवं सर्वेषु भूतेषु भक्तिरव्यभिचारिणी। कर्तव्या पण्डितैर्ज्ञात्वा सर्वभूतमयं हरिम्॥
«Al saber que Hari, el Señor, está en todas las cosas, el sabio debe manifestar un amor inquebrantable hacia todos los seres»
Como resultado de este tipo de amor intenso que todo lo absorbe, llega el sentimiento de perfecta entrega de uno mismo, la convicción de que ninguna de las cosas que suceden es contra nosotros, aprâtikulya. Entonces, si viene el dolor, la amante alma puede decir: «Bienvenido, dolor»; si viene el sufrimiento, dirá: «Bienvenido, sufrimiento»; si viene una serpiente, dirá: «Bienvenida, serpiente»; y, si viene la muerte, tal bhakta la recibirá con una sonrisa. «Soy afortunado de que todos ellos vengan a mí; todos son bienvenidos». En este estado de perfecta resignación que proviene del intenso amor a Dios y a todo lo que es Suyo, el bhakta deja de distinguir entre placer y dolor cuando le afectan. No sabe lo que es quejarse por dolor o sufrimiento. Este tipo de sumisa resignación ante los deseos de Dios, que es todo amor, es, ciertamente, una adquisición más digna que toda la gloria de los actos más grandiosos y heroicos.
Para la gran mayoría de los hombres, el cuerpo lo es todo; para ellos, el cuerpo es todo el universo y los placeres del cuerpo son su todo. Este demonio de la adoración al cuerpo y a las cosas del cuerpo ha penetrado en todos nosotros. Podemos consentir en mantener una conversación elevada y volar alto, seguiremos siendo como buitres, pues nuestra mente estará dirigida a la carroña del suelo. ¿Por qué debería salvarse nuestro cuerpo de, por ejemplo, un tigre? ¿Por qué no deberíamos entregárselo al tigre? El tigre se complacería de ello y este acto no sería tan diferente del sacrificio de uno mismo y la adoración. ¿Podemos alcanzar a imaginar una idea semejante, en la que se pierde por completo el sentido de uno mismo? Es una altura vertiginosa de la cumbre de la religión del amor y pocos en este mundo han llegado a escalarla; pero, hasta que un hombre no llega al punto más elevado de este auto sacrificio siempre dispuesto, no puede convertirse en un bhakta perfecto. Todos conseguimos salvaguardar nuestro cuerpo con mayor o menor éxito y por intervalos de tiempo más o menos largos. No obstante, nuestro cuerpo debe desaparecer, no son permanentes. Benditos aquellos cuyos cuerpos son destruidos al servicio de otros. «El sabio siempre pone al servicio de los demás la riqueza y aun la propia vida. En este mundo, hay una cosa cierta y esa es la muerte; es mucho mejor que este cuerpo muera por una buena causa que por una mala». Podemos vivir cincuenta años o cien, pero, después de eso, ¿qué sucede? Todo lo que resulta de una combinación se disuelve y muere. Debe llegar y llegará el momento en que el cuerpo se descomponga. Jesús, Buda y Mahoma, todos ellos han muerto; todos los grandes profetas y maestros del mundo han muerto.
«En este mundo evanescente donde todas las cosas caen hechas pedazos, debemos dar el uso más elevado al tiempo que tenemos», dice el bhakta; y, realmente, el uso más elevado que podemos dar a la vida es ponerla al servicio de todos los seres. Lo que fomenta todo el egoísmo del mundo es esa horrible idea del cuerpo, esa idea equivocada de que somos solamente el cuerpo que poseemos y que debemos por todos los medios posibles hacer todo lo que podamos por preservarlo y darle placer. Si sabes que eres otra cosa aparte de tu cuerpo, no tienes uno con el que luchar o del que defenderte y estás muerto para todas las ideas egoístas. Así el bhakta declara que debemos considerarnos muertos para todas las cosas del mundo y esto es la verdadera entrega de sí mismo. Dejad que las cosas ocurran. Este es el significado de «¡Que se cumpla Tu voluntad!» y no ir por el mundo luchando, peleando y pensando en el camino que Dios desea todas nuestras debilidades y ambiciones terrenales. No obstante, puede ser que, incluso de entre todas nuestras luchas egoístas, venga el bien; esto es posible solo por la voluntad de Dios. La idea del bhakta perfecto debe ser la de que él no actúa, ni ejercita su voluntad para sí mismo. «Señor, ellos construyen grandes templos en Tu nombre y hacen grandes ofrendas en Tu nombre. Yo soy pobre, no tengo nada, por eso, yo tomo este cuerpo mío y lo deposito a Tus pies.¡No me abandones, oh Señor!». Tal es la plegaria que sale de lo más profundo del corazón del bhakta. Para aquel que lo ha experimentado, este eterno sacrificio de uno mismo ante el Amado Señor es muy superior a la riqueza y el poder e incluso a todos los desorbitados pensamientos de renombre y gozo. La paz de la resignación tranquila del bhakta es una paz que sobrevive a todo entendimiento y tiene un valor comparable. Su apratikulya es un estado de la mente en el que no tiene interés por cosa alguna y no conoce nada que sea opuesto a él. En este estado de sublime resignación, todo apego desaparece por completo, excepto el amor que todo lo absorbe por Aquel en el que todas las cosas viven, se mueven y tienen su ser. Este amor a Dios es, ciertamente, un sentimiento que no ata el alma, sino que rompe todas las ligaduras.